Uno pertenece a esa generación
que creció entre la aquella música inmortal del rock, y sin querer llevamos el
estigma indeleble de todo un proceso en nuestras mentes. Tal vez, incluso,
hasta en nuestros genes. Porque despertar a la adolescencia con acordes de
guitarra eléctrica deja, sin dudarlo, una impronta para siempre, por mucho que
a estas alturas de la vida tengamos menos pelo y no luzcamos un tipo estilizado.
Qué más da, lo crucial es comprender ese ritmo y ese sonido abriendo las
sensaciones a otra dimensión.
Este verano tuve la ocasión de
escuchar y disfrutar a dos grandes del rock. Tanto Norman Foster como Santi
Campillo, cada cual en su línea, atesoran esa genialidad de fundirse con su
guitarra y sacar de ella notas que liberan endorfinas en nuestro cerebro. Ahí
es nada. No hace falta ser un melómano
para gozar intensamente del rock, como
no hace falta ser un gourmet para disfrutar de un jabugo cinco jotas. Son
sensaciones de máximo alcance y como tales nos hacen felices por encima de las
circunstancias y los tiempos. Lo que ha significado esa música es muy complejo
y largo de analizar, pero hay formas domésticas de explicarlo.
A los diecisiete años tenía una
guitarra española, New-Phono, con la que aprendí a tocar, a acompañar mejor
dicho. Eran aquellos tiempos en los que coexistía el folk con el rock. Mi
ambiente me llevó al folk, ya se sabe…aquel tiempo, y compusimos, cantamos y
tocamos, canciones de ese género comprometido con lo social, lo justo, y lo
bello. El rock sonaba más feroz, más anárquico y más demoledor, siempre bajo
una inercia apabullante y menos ideológica. Al pasar los años he comprobado que
la herramienta poderosa de transformación hacia una sociedad nueva ha sido el
rock, aquel rock de estruendo cantado en inglés. Su fuerza está en su esencia, sin necesidad de comprender sus
letras, como un lenguaje primitivo que alienta a la acción y al cambio, como un
grito prehistórico que contiene el clamor de los deseos humanos.
Cuarenta años después he comprado
una Fender Stratocaster, como quien adquiere la espada mágica. Ahora todos
aquellos sueños de amor paz y derechos humanos de entonces se han desvanecido-
Sus cantautores, los que aún viven, gozan de un alto status y miran hacia otra
parte escenificando nostalgias (a petición de intereses políticos) con el riñón forrado. Ya ven. Por el
contrario, aquellos viejos rockeros son los únicos que siguen en la batalla
armados con sus guitarras, más pobres, mas ajados, canosos o calvos, tocando en
la calle o en garitos, haciendo sonar el mensaje de las cuerdas con la fuerza
de su amor al rock. Siento lo que ellos
sienten. Mejor tarde que nunca.
Conozco a algunos de esos viejos
rockeros…son gente sencilla, amable, y convencida. Larga vida al Rock.
Me gusta ese punto de vista.!
ResponderEliminarLachicaquepisolaluna
Gracias, se nota que tienes sensibilidad.
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