domingo, 23 de septiembre de 2012

Viejos Rockeros







Uno pertenece a esa generación que creció entre la aquella música inmortal del rock, y sin querer llevamos el estigma indeleble de todo un proceso en nuestras mentes. Tal vez, incluso, hasta en nuestros genes. Porque despertar a la adolescencia con acordes de guitarra eléctrica deja, sin dudarlo, una impronta para siempre, por mucho que a estas alturas de la vida tengamos menos pelo y no luzcamos un tipo estilizado. Qué más da, lo crucial es comprender ese ritmo y ese sonido abriendo las sensaciones a otra dimensión.

Este verano tuve la ocasión de escuchar y disfrutar a dos grandes del rock. Tanto Norman Foster como Santi Campillo, cada cual en su línea, atesoran esa genialidad de fundirse con su guitarra y sacar de ella notas que liberan endorfinas en nuestro cerebro. Ahí es nada.  No hace falta ser un melómano para gozar intensamente  del rock, como no hace falta ser un gourmet para disfrutar de un jabugo cinco jotas. Son sensaciones de máximo alcance y como tales nos hacen felices por encima de las circunstancias y los tiempos. Lo que ha significado esa música es muy complejo y largo de analizar, pero hay formas domésticas de explicarlo.

A los diecisiete años tenía una guitarra española, New-Phono, con la que aprendí a tocar, a acompañar mejor dicho. Eran aquellos tiempos en los que coexistía el folk con el rock. Mi ambiente me llevó al folk, ya se sabe…aquel tiempo, y compusimos, cantamos y tocamos, canciones de ese género comprometido con lo social, lo justo, y lo bello. El rock sonaba más feroz, más anárquico y más demoledor, siempre bajo una inercia apabullante y menos ideológica. Al pasar los años he comprobado que la herramienta poderosa de transformación hacia una sociedad nueva ha sido el rock, aquel rock de estruendo cantado en inglés. Su fuerza está en su  esencia, sin necesidad de comprender sus letras, como un lenguaje primitivo que alienta a la acción y al cambio, como un grito prehistórico que contiene el clamor de los deseos humanos.


Cuarenta años después he comprado una Fender Stratocaster, como quien adquiere la espada mágica. Ahora todos aquellos sueños de amor paz y derechos humanos de entonces se han desvanecido- Sus cantautores, los que aún viven, gozan de un alto status y miran hacia otra parte escenificando nostalgias (a petición de intereses políticos)  con el riñón forrado. Ya ven. Por el contrario, aquellos viejos rockeros son los únicos que siguen en la batalla armados con sus guitarras, más pobres, mas ajados, canosos o calvos, tocando en la calle o en garitos, haciendo sonar el mensaje de las cuerdas con la fuerza de su amor al rock.  Siento lo que ellos sienten. Mejor tarde que nunca.

Conozco a algunos de esos viejos rockeros…son gente sencilla, amable, y convencida.  Larga vida al Rock.

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