martes, 26 de marzo de 2019

Pepe Molina Aldana




La foto corresponde a una intervención llevada a cabo por su padre, el Dr. José Molina Orosa, aquel gran personaje inmortalizado para siempre como hijo preclaro de la isla de Lanzarote, con calle a su nombre y escultura incluidas.  Pero a quien yo conocí fue a su hijo, José Molina Aldana, también cirujano, también oriundo de Arrecife, también hombre irrepetible donde los haya aún sin  los laureles egregios de su progenitor. Fue Pepe,  Pepe Molina, uno de los seres más asequibles con los que dado en mi vida profesional, cualidad bastante escasa, y por tanto preciosa, entre los médicos.  Lejos de los oropeles oficiales y de la insigne biografía paterna su gloria (distinta y peculiar) está en mi memoria. Me quedé con las ganas de darle un fuerte abrazo de despedida cuando abandoné Lanzarote en 1987 y, tal vez por ello,  por esa deuda impagada hoy me he puesto a recordarlo.

Después de más de treinta años como único cirujano de la isla se quedó como jefe de cupo quirúrgico, fuera de la estructura orgánica hospitalaria, obviando así una carga innecesaria y farragosa en las `postrimerías de su ejercicio profesional. Treinta años de soledad son muchos años para un médico al servicio de la comunidad y, sobre todo, disipan cualquier atisbo de fútiles prosperidades dentro del sistema sanitario de la Administración. Eligió bien el rumbo por donde aterrizar después de un larguísimo vuelo cuajado de aventuras y tomó tierra suavemente en las sosegadas consultas de aquel tiempo, Ese caché que otorgan las vicisitudes repetidas le sirvió de mucho para renunciar sin sufrimiento al mando de un Servicio, y cuando le conocí, de inmediato, me percaté de estar ante un hombre feliz. Por siempre envidiaré ese rasgo tan evidente y contagioso que mostraba de disfrutar  sus circunstancias aunque supuestamente había quedado relegado en última instancia del merecido premio. Era así, y todo ello lo catalizaba con humor y chispa inteligente.

A la gente brillante se la conoce antes por una sonrisa que por sus palabras, y  de esa clase era Pepe. Tenia un porte señorial que irradiaba, sin parafernalias, unos gustos refinados. Estaba en muy buena posición económica, y había dado con la clave para gozar del  soplo divino que otorga el éxito de su trabajo en durísimas condiciones y de lo humano, cuando se nace con la virtud de saber divertirse. Los testimonios de gente que había colaborado con él así lo refrendaban.

  
     -Cuando le localizábamos, en la playa del Reducto, o en el club Naútico, o en el puerto volviendo de hacer esquí acuático, mandábamos un taxi y lo traíamos al hospital -me relataba un viejo celador de su tiempo-. Alguna vez que otra le tenía que meter en la ducha para "despejarlo" , hacerle un café, y... a operar.


La grandeza de su vida fue precisamente  no tomársela con excesivo rigor. Así pudo resistir tantos años de aislamiento y resolver miles de casos mayoritariamente con éxito. Lanzarote era una tierra olvidada por entonces que casi solo constaba en los mapas, un planeta lejano del que apenas se sabia, por donde pocos pasaban, y quienes vivían allí tenían asumido el implacable orden natural como un designio inexorable. Contar con Pepe como cirujano había obrado un cambio profundo en su devenir,  todo un milagro: salvar las vidas que hasta entonces eran segadas por una apendicitis, una perforación duodenal, o una hernia estrangulada. Nunca se le reconocerá lo suficiente y el tiempo, sin remedio, irá erosionando el recuerdo hasta hacerlo desaparecer, tal y como ha sucedido con miles de millones de gentes, anónimas y solidarias, durante miles y miles de años.

Su afición a los coches deportivos y a los viajes añadían un toque exquisito a su glamour personal, pero sobre todo una genuina ironía, que entre sonrisas transmitía, le hacían encantador, No creo que fuera rencoroso pero si finamente, muy finamente, crítico. Al referirse a quien había sido nombrado jefe de Servicio, un personaje nada encomiable que a la sazón era entonces mi jefe, Pepe  me confesó en un bar cercano al hospital que a ese local  su oponente nunca entraría. Muy extrañado le pregunté el por qué, y con media sonrisa me señaló un cartel escrito a mano y en mayúsculas que colgaba de la puerta como especialidad gastronómica: "SE ASAN PATAS DE CERDO".

Pepe.





miércoles, 6 de marzo de 2019

8 de marzo






Hoy toca superar los arcaicismos, sin duda, que discriminan a la mujer respecto al hombre, y de la ruta que se escoja dependerá el éxito de su logro. Los agravios, las desigualdades, y toda suerte de perjuicios ocasionados son  una evidencia que  clama justicia en pleno siglo XXI y cuyos orígenes, lejanísimos, hay que analizar. En el primitivismo las funciones sociales se establecieron como adaptación natural al medio en una prolongación similar a la de numerosas especies animales. Por suerte, o no, la Naturaleza ha permanecido casi invariable durante millones de años y en ese aspecto  nos sirve de referencia cada vez que contemplamos su comportamiento. Así  pues, por entonces, los roles cotidianos y el perfil global del ciclo vital de los "Sapiens" quedó establecido en el binomio Fuerza+Cuidados, única opción posible en aquel entorno hostil para sobrevivir y reproducirse. A grandes rasgos y de forma primigenia esos fueron  los principios familiares de las parejas en tiempos remotos, Como cualquier adquisición evolutiva viable para el mantenimiento y la continuidad de la especie, el modelo  quedó fuertemente anclado al aparato genético determinando su conducta. La aparición del pensamiento racional, más adelante, apenas modificó  la estrategia original, si bien fue especificando de forma paulatina las características inherentes a cada sexo. Después de miles de años persiste dicha dinámica ancestral pero ha empezado a cuestionarse, lo cual también supone un hecho natural relevante que debe mutar hacia la mejor opción , no de cualquier forma. Y lo hará.


 Partiendo de otro escenario, el mundo actual  -bien distinto al de las cavernas-, en el que el imperio de lo cerebral (no siempre lo inteligente) ahora predomina sobre la fuerza física merced a los conocimientos y sus aplicaciones, las cosas han dado un giro drástico,. En este sentido ya  se ha traspasado la frontera de la supremacía masculina y es la mujer quien, conservando las funciones propias y ancestrales a las que había sido relegada, sigue poseyendo la maternidad (en términos estrictamente biológicos) como valor añadido para superar al hombre, aunque haya que puntualizar que la Ciencia, a no tardar mucho, posibilitará a los varones tener descendencia sin su concurso, pero ello , en conjunto, solo confirma la posibilidad replicativa de la especie, sin otorgar una ventaja renovada a los hombres . No es solo eso, por supuesto, ya que ella también ha incorporado el caudal de su sensibilidad, acuñado desde la Antigüedad tribal, como  cualidad poderosa con capacidad de transformar el pensamiento y las relaciones humanas, un hecho de máxima trascendencia evolutiva que ha activado su ascenso intelectual de forma imparable.  También los logros en el empoderamiento de su libertad sexual, cuyo despertar temían desde siempre las principales religiones, han aportado claras muestras de avance como colectivo, haciendo de un tópico segregacionista (y tildado de vergonzoso por las sociedades clásicas) un arma eficaz en sus reivindicaciones. Inmersas en estos importantes cambios, no obstante, persiste sobre ellas una notoria desigualdad, no como un arcaico vestigio sino como una cruda y extensa realidad que todos deberíamos reprobar. Aunque el mundo occidental no es el mejor ejemplo de tales discriminaciones  es precisamente donde con voz más alta se está denunciando el hecho y las razones no son otras que su marco de libertad y democracia.

A mi juicio este proceso de equidad y justicia no debería emprenderse como una batalla sino como un reto para la Humanidad del que todos saliéramos victoriosos. En primer lugar habría que apelar al compromiso ético en avanzar hacia el objetivo sin instrumentalización de venganza y sin determinismos políticos. La igualdad de derechos fundamenta la pureza de una democracia sana y todo menosprecio, hostilidad, o injusticia contra cualquier ser humano no tiene cabida  en la pacifica convivencia y en el respeto al prójimo como valor supremo. No hay más que aplicar los códigos de buenos sentimientos y plasmar su autenticidad en las normas que rigen nuestra sociedad, pero también en todos y cada uno de nuestros actos cotidianos de relación. Superar  el mundo encadenado a la voluntad, como dice Schopenhauer, es difícil, en tanto que sigue el dictado de todo tipo de egoísmos, pero no es imposible. En segundo lugar hay que entender, sin perder la calma, las muestras de reivindicación como un legítimo derecho de las mujeres, como parte de los mecanismos históricamente necesarios, y enfatizar en que su repulsa sectaria como adversarias solo conduce a la beligerancia indefinida. Por último  la consecución real  de sus aspiraciones,  si es obra conciliatoria de ambos sexos, puede convertirse en un decisivo paso para el devenir del planeta. Intuyo que no estamos ante un fenómeno de masas esporádico sino más bien ante un peldaño evolutivo trascendental.

No equivoquemos el camino. Sin vencedoras ni vencidos