lunes, 20 de noviembre de 2017

ipsissima verba



Mi gran admiración ha sido, desde  siempre, para esas personas que consiguen dar un sentido profundo a sus vidas, y cuando digo profundo no lo hago sinónimo de elevado, trascendente, o excelso  sino desligado de la popularidad personal o de su impacto social, admiración hacia quienes saben conformar un espíritu acorde  a lo que les toca vivir  alojando sus vivencias, sean de la índole que sean,  en una existencia firme por el mero hecho de poseerla, sin necesidad de calificarla, agradeciendo implícitamente el don de vivir en todo momento.

Lamentablemente yo no me encuentro entre ellos, al igual que  todos cuantos pagamos el sórdido peaje de la vacuidad y el tedio  a los tiempos inermes y a las horas perdidas, Me frustra contemplar la monotonía, o lo que yo entiendo por monotonía, provista de insolentes rutinas en el trasiego propio y en el observado a mi alrededor, cuando nada sugiere emoción alguna y todo se sume en estupor vital. No trato de injerir en lo que cada cual hace con su tiempo y mucho menos con sus acciones o inacciones en el día a día, tan solo describo el escenario que diviso desde mi butaca y que me hace envidiar, sanamente, a los agraciados con la virtud de vivir intensamente sus destinos. A ellos no les duele a inexpresividad de lo prosaico pero a mí, tal vez de forma patológica, sí. Ellos saben negociar con la hermosa simpleza de las cosas mientras que a mi esas mágicas monedas se me escapan por los bolsillos aunque, aparentemente, no estén rotos. 

En palabras exactas (ipsissima verba) la ausencia del sentido profundo de la existencia amarga la vida hasta límites insospechados. Ignoro si quienes saben dárselo son seres especiales o han sido tocados por una gracia misteriosa pero intuyo que además de admirables son felices. Gentes necesarias para un mundo necesario.

viernes, 10 de noviembre de 2017

La intentona




Ignoro si esta opereta separatista iba en serio o eran solo unas maniobras para llegado el momento. Eso se verá, el tiempo lo tiene que aclarar, pero lo sucedido deja mucho para reflexionar y exige un ejercicio de compromiso activo en torno al problema. Lo de aquí paz y después gloria no sirve en esta ocasión, porque el arbusto independentista solo está en su otoño cíclico, no ha muerto. Vendrán lluvias que lo harán reverdecer y esa es la cadencia. Lo de ahora ha sido una intentona, la tercera. A ver si a la cuarta va la vencida.

Resulta ocioso hacer historia, desde el fallido intento de Francesc Maciá en su ascenso al coll D'Ares (vertiente francesa) con un puñado de mercenarios para invadir Catalunya y bloqueado por los gendarmes  a mitad de la ladera, pasando por el episodio deletéreo de Companys, hasta la tocata y fuga de Puigdemont tras proclamar  la República más corta de las nunca han existido. Pero insisto en lo de analizar las circunstancias intrínsecas de este movimiento ilegal. Ilegal.

Corrigiendo  judicialmente la rebelión no se restaura el orden, se castiga a los infractores del momento  pero no a las ideas, que no son sujetos  jurídicos ni tienen domicilio fiscal. Y las ideas siguen campando por sus respetos, cuasi imposibles de capturar salvo por otras ideas que tampoco visten togas. Algo se ha puesto de manifiesto, al respecto, en las últimas semanas cuando el clamor popular se ha levantado con banderas nacionales y autonómicas (sin estrella) y ha recorrido las calles de Barcelona. Una respuesta de intención, emocional, necesaria pero no suficiente.

La queja es, en democracia, como la llamada al timbre del vecino molesto pero no significa  el cese de sus incómodos ruidos nocturnos. Para resolver el disturbio se requiere convencimiento, y solo convence quien detenta una mayor autoridad moral por encima de la legal. Decisivo ha resultado el amparo de España dentro de la Unión Europea frente a los secesionistas, un claro ejemplo de esa autoridad en el mayor proyecto político y económico del ámbito. Por ahora este blindaje ha resistido los tiros, pero la mejor solución es dotarse de uno propio, nacional y social. Cuando el Estado Español  obtenga esa marca de solvencia y prestigio no existirá más secesionismo que en los cuentos de hadas. Para ello es menester que la ideología y sus resultados, en términos de cultura y progreso, mejoren en España. Hay muchos asuntos pendientes y mucho que hacer, no solo desde el Gobierno sino desde el tejido humano del país que deben ponerse manos a la obra sin la menor dilación. Ahora me viene a  la memoria aquella etapa de los años sesenta en la que se alcanzó un bienestar impensable tan solo una década atrás. Por entonces, hasta en las más recónditas comarcas de Catalunya. se congenió abiertamente con España, con una España renovada capaz de dejar atrás la miseria y que hacía posible prosperar independientemente del sistema monolítico del Régimen.. Y en la Transición, el afecto de Catalunya por España creció mutuamente dentro de un Estado capaz de dar un paso de gigante con su magna Constitución. Así fue. Desde entonces se vive de rentas y, ya se sabe, quien no cuida el jardín acaba perdiendo las flores.

Más que hacer concesiones de autogobierno, presupuestar con liberalidad y enjuagar deudas, se necesita convencer con un liderazgo impecable, sin  borrones, exhibir un país activo y prometedor, evidenciar la grandeza del esfuerzo común y unitario, producir avances en todos los órdenes.