domingo, 20 de junio de 2010

SARAMAGO


No ha sido del todo feliz ni nos ha hecho felices del todo con su literatura. Una pena, porque en sus albores apuntaba muy bien. Hace bastantes años, en 1999, me alojé en un hostal de la Rua do Villar, en Santiago de Compostela, tras concluir mi Camino en bicicleta. Suso, el propietario de la fonda, era un gallego genuino muy mayor pero muy despejado y estudiado en esas sucursales de la Universidad de la Vida que son los establecimientos inmemoriales que dan de comer y de dormir a los de a pie (no los hoteles). Por razones que aún hoy no he aclarado prendió una intensa empatía en ambos y entre vasos de Ribeiro me confesó: "Saramago estuvo aquí, lo tuve alojado hace unos años. pero te diré una cosa, cirujano, ...no vale nada, nada de nada". Fue categórico, directo, con el desparpajo de un consumado patrón capaz de decir en voz alta sus conclusiones al final de una larga vida. Aquellas palabras me resultaron algo insólitas, pero les concedí el crédito de retenerlas como una opinión "muy autorizada". Los años, en su curso fluvial, le daban la razón.

Saramago nunca alcanzó credibilidad en su mensaje, por bien que escribiera. Ocultó en las sombras de su ideología las crudezas de lo que defendía y mintió. Ahí se encuentra el Rubicón de un gran hombre, que lo quiere ser, cuando miente y oculta la verdad. Terminó en Lanzarote, viviendo placidamente de su jugosa cuenta corriente como un millonario alemán que se retira al sol amable de la isla y al vinillo de la Geria. Comunista. Purísimo comunista. Otra decepción, una más.

Hay un tránsito maligno en muchos valedores de la justicia social marxista: terminan viviendo instalados en los oropeles y disfrazados de proletarios. Pero que quieren que les diga...."por sus hechos les conocereis". Saramago y otros han sabido instalarse en el mar de la impostura moral y convertirse en agentes desestabilizadores de cualquier movimiento eficaz y reformista contra la desigualdad social. Son sus verdugos, los que cercenan la consecución de la autentica conquista popular, instigando odios pero sin el compromiso decidido en favor del bien común. Odian politicamente pero no aman a quienes dicen defender. Ese fue Saramago, y muchos más.