sábado, 31 de marzo de 2018

Vestigios del Agua






Parajes como éste solo pueden describirse con la poesía



Muda la vaguada expira
en el gris de los fantasmas,
ellos, los que se han quedado
redivivos entre errantes.

No hay más eco que el silencio
en el trasiego del tiempo.
No hay más susurro en el aire
que el del llanto en el pasado.

Lenguas ávidas de vida,
de oraciones a los dioses,
a la lentitud pagana,
de los labradores nuevos.

A estas tierras alejadas
llegaron los argonautas,
los que nunca regresaron
al vino de sus tabernas.

Hay un aliento de niebla
en la vaguada desierta,
y una fuente embalsamada
que fluye lágrimas viejas.



lunes, 26 de marzo de 2018

Marvila

Todo se acabó en Marvila, aquel martes lisboeta pasado por agua y por sol como un presagio exacto y fácil de interpretar. El tren me dejó lejos, en un arrabal absurdo desde el que se contemplaba el Tajo inmenso, y tuve que descender, volver en la dirección opuesta para dar con el barrio. Solitarias calles sin vida, viejos caserones entre ruines huertos urbanos, hasta llegar al Braço de Prata, convertido en un inerme edificio trasnochado, ajado, y abanderado por la estulticia municipal. A unas pocas manzanas, el restaurante que un periódico amarillista había recomendado (recientemente) como un hallazgo de oro en paño para el paladar y el bolsillo estaba cerrado, o abandonado, o al menos la pátina polvorienta de sus cristaleras y el  mate reseco de su carta, expuesta a la entrada, así lo atestiguaban. Unos pasos más allá encontré el lugar al que me dirigía expresamente: el comercio de Abel Pereira Da Fonseca. Allí estaba, con toda su prestancia decimonónica, exhibiendo la pretérita grandeza vinícola. Fue un instante conmovedor, un regreso sereno a otros tiempos. En su "Amazem" las puertas estaban abiertas y de la penumbra surgió un menudo tabernero. Comprobé que, a esas horas de la mañana, no había cliente alguno en las mesas ni en la barra. Envuelto en los ecos silenciosos del bar pedí un café, pero el buen hombre me dijo que no era posible porque no había corriente y la máquina no funcionaba. Gustosamente me indicó la esquina donde si había uno de esos impersonales locales de consabidos desayunos, tan deleznable como vulgar. Y entonces decidí marcharme.

Mientras aguardaba un tranvía que nunca llegó, y cuya parada abandoné a los diez minutos, me quedé contemplando esa geometría circular tan poética que imponía el viejo edificio. Traté de imaginar aquellos cónclaves de fuerzas vivas portuguesas en ese lugar iniciático, aquellos años de claveles y literatura libertaria, pero mi interior no captó nada. Todo se lo habían llevado las tormentas fluviales y - ¡quién sabe!- si los mismos prohombres que cosecharon de esa clandestinidad una nueva vida mucho mejor remunerada. Al final Marvila me dejó como al último romántico extraviado en sus calles. Salí a la calzada urbana que discurre paralela a las riberas del estuario y esperé, con una dolorosa desazón de fracaso, que un determinado autobús me devolviese a la bulliciosa Baixa plagada de mercachifles turísticos.

Ese martes de febrero yo no sabia que aquel recorrido fallido por Marvila era síntesis y premonición de mis circunstancias. Ahora, instalado en el tedio del limbo vital, ahora cuando ya las advertencias se han consumado no puedo ni complacerme en su genuino esoterismo, ni por pasar al catálogo registrado de vidas anodinas

jueves, 8 de marzo de 2018

Drácula: más que Stoker y más que una novela



Al terminar de leer una prolija biografía de Bram Stoker llego a la conclusión de que, aparte del género literario en el que se clasifica, Drácula no es más que la continuación de Frankenstein y que ambas novelas corresponden a un pálpito premonitorio del futuro  en lugar de a escalofriantes relatos de terror. Mary Shelley murió cuatro años después del nacimiento de Stoker, es decir que no se conocieron nunca, lo cual no invalida su conexión conceptual con el Romanticismo más profundo, y aunque sus vidas fueron bien distintas compartieron la visionaria idea de un mundo en el que las transformaciones, en todos los órdenes -y hasta lo impensable-, habían recibido el pistoletazo de salida. Siglo XIX, el siglo que lo rompía todo para permitir que los fragmentos de su fractura se combinaran  en infinitas probabilidades, como más tarde Kurt Goedel puso en clave matemática con sus celebres teoremas de la incompletitud ( si un sistema es coherente no puede ser completo). En ese trasiego misterioso del pensamiento a la idea y de la idea a su demostración, y de su demostración a la aplicación, y de la aplicación a la interacción real en lo físico psíquico y social, discurre la nueva Era por una vereda nunca sospechada en tiempos pasados, dentro de los cuales el determinismo lógico y los axiomas teológicos cerraban a cal y canto cualquier alternativa diferente. A Stoker le tocó dar la última pincelada con sus redivivos ambientados en Transilvania, donde por cierto nunca estuvo.

Entre los dublineses egregios han habido grandes literatos, curiosamente,  como Bernard Shaw, Oscar Wilde, Sheridan le Fanu, y el propio Stoker, aunque este nunca alcanzara la maestría  de los demás. Todos ellos fueron contemporáneos y llevaron vidas radicalmente distintas en sus glorias y en sus avatares. A Stoker le tocó servir a un grande de la escena, Henry Irwing, y se ganó la vida  como secretario y "chico para todo" del divo teatral.  A priori no resultaba probable que alguien esclavizado por el ingente trabajo de una gran compañía en continuas giras por Inglaterra y Estados Unidos tuviera visos de escribir una novela tan extraña, tan exitosa, y sobre todo tan visionaria. Pero así fue. El resto de sus obras no alcanzaron la fama y tampoco su ambiente laboral y social en Londres. pudo suponer un claro acicate para crear una obra tan exclusiva como Drácula, sin embargo, algo que no recogen sus numerosas biografías, incluso las más documentadas, le trajo la inspiración. Parece que el éxito editorial radicó en incluir aspectos de modernidad científica a los horrores sobrenaturales del vampiro en el texto, pero aún con todo falta una pieza clave que explique  la intuición de Stoker en un fluido (la sangre en la novela) que  garantice una existencia eterna.. ¿Quién le susurró la idea, aun con toda la parafernalia gótica del momento, de cobrar vida absorbiéndola de otros seres por los siglos de los siglos?

Por el momento he empezado a releer la novela, con gran detenimiento.