domingo, 28 de octubre de 2012

María Luisa






                Perteneció a la Orden de las Mercedarias, María Luisa fue monja. Cuando uno tiene acceso directo a conocer, de primera mano, sobre cualquier realidad puede considerarse un ser afortunado. Así, con ella, comprendí la profunda tragedia de África y su cautiverio perpetuo,  como el de un león atrapado en el fondo de una trampa, desde donde, a pesar de la fuerza y el vigor, nunca se consigue salir. Ella vivió cuarenta largos años en una Misión del Congo, antes Congo Belga, luego Zaire, y de nuevo Congo.

                Nos dejó hace  más de un año, un sábado de febrero, cuando tenía 83 años. Larga vida para una mujer afanada en la Educación de un entorno hostil y peligroso, y cruel. Me habló de la sinrazón hecha costumbre, de la fatalidad de las luchas tribales, del efímero sueño traído por el colonialismo europeo, de la maleta llena de medicamentos y útiles que le robaron mientras rezaba en la basílica de San Pedro, de los interminables viajes en avión sin enlaces garantizados, y de la bondad de mucha gente: el gran patrimonio de la esperanza. Falleció en Bérriz, en la Casa conventual.

                Supe que las Mercedarias tienen entre sus Normas preceptivas la de poder intercambiarse por un condenado a muerte, todo un escalofrío para mi mentalidad. Supe que padecía unas fiebres cíclicas, con fuertes escalofríos, y en una ocasión le extraje una muestra sanguínea para cultivo: no se detectó ningún germen ni virus ni parásito. África es un inagotable misterio de Patología. Supe que pasó miedo, privaciones, amenazas. Y supe que una vez le reconocieron, hace pocos años, con nombres y apellidos en un largo prontuario de españolas y españoles (laicos y religiosos) que dedican su altruismo al continente africano, publicado por el periódico El Mundo. Cuando la localicé en el larguísimo listado me emocioné. Allí, entre cientos de abnegados servidores, estaba ella, con la grandeza de ser uno más, con el esplendor de la colectividad bienhechora, sin subrayados, sin entrevistas, sin foto, con la gloria de la Humildad, la más elevada gloria.

Cuando enfermó, ya en España, hicimos cuanto pudimos hasta que la progresión de su dolencia fue incontrolable. Se fue también humildemente, sin gran penuria, en compañía de sus hermanas religiosas, las que codo con codo dedicaron su vida entera a algo grande: a ayudar a los seres humanos más necesitados, y por extensión a todos. Incluyéndome a mí. Ahora, cuando recuerdo aquellas entrañables conversaciones, siento como si repasara una lección magistral acerca de la trascendencia del ser humano.
Cuanto nos queda por aprender de María Luisa.

martes, 23 de octubre de 2012

SALDREMOS JUNTOS



Ni injusticia ni terror ni hambruna se ciernen sobre Catalunya desde la “pérfida España”. Ninguna de esas fatalidades puede invocarse como causa de la rebeldía secesionista, antes debería tenerse en cuenta que las realidades de la Comunidad y del Estado comparten no solo historia común sino dinámicas continuas en estos momentos, pero el envite separatista no es un farol. Del pasado pueden hacerse análisis exhaustivos, pero con la Historia ocurre como con las pompas de jabón, terminan por desaparecer por grandes que se hagan y nos maravillen. En la Historia se suele recordar más lo malo que lo bueno, de forma que no es en sí misma una herramienta imparcial. Riguroso y cierto es que  Doña Petronila y Ramón Berenguer IV se desposaron en 1137 en Barbastro  y nació la Corona de Aragón, pero de ello solo queda físicamente una placa con la inscripción en la plaza de la Candelera, a pocos metros de donde vivo en la actualidad. Abandonemos la retórica histórica por aquello de que Tarraco Imperial tampoco tiene nada que ver con las industrias petroquímicas, ni por asomo las chimeneas flameantes de subproductos volátiles nos recuerdan los pebeteros romanos del circo o del teatro. Al final resulta que lo único seguro es el futuro. El presente instantáneo casi no existe. Y con el futuro no es prudente engañar, para eso ya está el pasado. Tenemos una incidencia en el horizonte: Catalunya se ha vuelto obsesivo-compulsiva.

Cuando yo era niño ya existían personas separatistas, las recuerdo, y antes de que yo naciera también, y dentro de muchos años seguirán existiendo. Esto forma parte del tejido social de determinadas regiones del mundo, aunque el caso de Catalunya es peculiar, y me explicaré. Hay en ella una cultura propia bien definida, trabajada, auténtica, aunque tal vez no espectacular en los cánones de la excelencia universal, sin rango de civilización. Y no obstante es para sentirnos orgullosos en la medida en que su trascendencia ha entroncado y habita la cultura española, secularmente. En otras palabras: el gran reconocimiento de la cultura catalana y su primer mentor ha sido España, desde los albores. En estas horas confusas algunos tratan de inutilizar el primer patrimonio de su expresividad, y reducir un colosal bagaje de identidades comunes. Estas gentes se equivocan en la ponderación de la dimensión intelectual de su propio valor. Lo más juicioso, por amor a Catalunya, sería expandirse con el impecable activo de su “hecho diferencial”, creciendo en presencia donde hay lazos verdaderos. Deberían cambiar el odio especulativo por la categoría del mérito, aliarse sin fisuras en un proyecto común en lugar de despreciar símbolos y personas, sobre todo personas con similar dotación genética. Deberían demostrar que su prestigio está por encima de los arrebatos de políticos mediocres o inmersos en una angustia estamentaria permanente, esos que invocan Europa como la tierra prometida. Por cierto, Europa es como las becas Erasmus, no existen, son los padres..

Nunca renunciaré a mi origen catalán, por muchos avatares que se den.  A título personal siempre he estado convencido de que Catalunya es imprescindible para España, como ésta lo es para Catalunya. Que nadie se desmoralice, saldremos de esta, y saldremos juntos.

domingo, 14 de octubre de 2012

Albert Boadella, catalanidades españolas









Uno no se encuentra alineado en ningún pragmatismo político, religioso, ni social, supongo que como muchos y muchos conciudadanos. De esta forma se vive la vida con un engorro menos, lo cual supone una pequeña ventaja existencial que adereza el curso de los días con el sutil toque de una especia en el guiso continuo del sueño-vigilia. Pero no significa, para nada, quedarse al margen de todo sin opinión y sin razón. Confieso que admiro a ciertos personajes significados y que se significan, aunque en lo personal seamos muy distintos. Es el caso de Albert Boadella.


Con Boadella he tenido, avatares del destino, coincidencias ciegas en otros tiempos. Para mayor abundamiento y misterio, ahora resido en la localidad en la que estrenó La Torna, obra que le llevó a la cárcel tras ser juzgado por un Tribunal Militar. Aunque él a mí no me conoce, le traté una faringoamigdalitis aguda en la época en la  que Els Joglars representaban Alias Serrallonga en Barcelona. El hecho no es tan enigmático, ya que una de las actrices del elenco era amiga mía y una mañana me llamó con urgencia para pedirme un remedio rápido y eficaz. Le indiqué lo que debía tomar como medicación y unos días más tarde recibí una invitación (dos) para presenciar la obra. Quedé maravillado con aquel montaje escénico  tan novedoso y delirante de una obra teatral que abordaba la sátira de un bandolero-símbolo y del nacionalismo histriónico que ya había empezado a salir del armario por aquel entonces, treinta años atrás. Desde entonces le he considerado un personaje singular, con pros y contras, extremadamente inteligente y con un talento teatral superior. Tan solo le ha faltado, o mejor, le ha sobrado un punto de inflexión para convertirse en un autor universal: su localismo temático. El mismo fenómeno que afectó al gran escritor español y catalán del siglo XX: Josep Plá.

Catalunya es cuna de grandes representantes de la esencia y excelencia mediterránea, de artistas, intelectuales, y comunicadores de la cultura químicamente puros. Surgen de forma aislada y desarrollan sus habilidades y su glamour al máximo nivel, pero no saben trascender. Creo que embarrancan en el arrecife proceloso del provincianismo, y aunque alguno haya alcanzado el reconocimiento internacional siempre ha llevado el lastre extraño de su origen. Puede ser este el caso de Salvador Dalí, o de Antonio Gaudí. ¿Cuál es la causa de este sino?

A decir verdad lo desconozco, pero se me ocurre pensar en una forma primaria de fagocitosis de identidad tribal. Es como si la sociedad autóctona de Catalunya impidiese la salida y proyección de estos personajes geniales fuera del límite de su membrana celular, y en caso de vulnerarla se desencadenase una reacción de demonización contra ellos en el citoplasma social. No sé si con otras palabras más simples se puede explicar mejor la cuestión. ¿Avaricia? ¿Celos? ¿Ocultismo? ¿Inseguridad? ¿Envidia? Me quedo con la última.

Su españolismo, volviendo a Boadella, es todo un mecanismo de defensa más que un acto progresista. Conozco bien el entorno. En mi barrio estaba el bar de su cuñado, el entrañable Boby Ros, un púgil de los años 50 que alcanzó cierta élite en el boxeo de aquellos tiempos. Tal vez por ese conocimiento instintivo del ambiente me atrevo a teorizar sobre su ideología política, esa que inspira de forma vitriólica sus obras. Albert Boadella no es ni será un icono antinacionalista, le falta tragedia y compromiso existencial, pero resulta imprescindible en el panorama gris de una decadencia nacional anunciada. Modestamente le entiendo y suscribo gran parte de sus soflamas, sigo sus obras, la última -El Nacional- es una joya de madurez teatral, pero nada me sirve de consuelo ante la nefasta impresión de comprobar que sus sátiras tan acertadas como desternillantes se van a convertir en una cruel y oscura realidad que no provoca más que tristeza y solo tristeza.