Son
muchos, son legión, los que profesan admiración a muchos iconos y personajes.
Tal vez son demasiados para demasiada desmesura. La fiebre del incondicional
parece ser ya una pandemia, y ninguna enfermedad, por leve que sea, deja de ser
una grave amenaza cuando se da en grandes volúmenes de población. Los ídolos,
este es el caso, son ya a estas alturas un marcador específico de una
inquietante paranoia social. Les digo que ninguno de los personajes mediáticos
de nuestra sociedad merece tanta adoración.
Hay
ídolos cargados de dinero y de glamour que solo dan patadas a un balón, con más
o menos pericia, y merced a ello suscitan sentimientos fervorosos. Vaya regalo
de los dioses. Luego se permiten, algunos, hasta despreciar a quienes los
sufragan y aplauden. Aquí pasa algo muy anómalo. Otros provienen de la Política,
y representan algo similar como fenómeno, confiscando adeptos incondicionales
cuando son estrictamente servidores de la “res publica”. Si alguno de estos
salta, para su bien o para su mal, a la actualidad noticiable se exacerban las adhesiones
“inquebrantables”. Un mal síntoma psiquiátrico. Miren, toda esta gente tiene
unas responsabilidades asumidas libremente para la gestión de asuntos
generales, nada más. No puede ser que a cada paso que den una nube de
fotógrafos les capte para no sé qué colección o archivo gigantesco. La mayoría,
además, son feos/feas o
desgarbados/desgarbadas. Digamos que este proceso psico-mental de ellos
y de sus millones de adeptos se retroalimenta peligrosamente hacia un espacio-tiempo
cada vez menos inteligible.
Por
el contrario no se toma en cuenta, o no en la medida apropiada, a los seres
íntimos y directos, a los del entorno próximo, a los que circulan por la misma
escalera, la misma calle o el mismo
lugar de trabajo. A ellos les presuponemos con un soso reconocimiento, no nos hacen
vibrar con su amabilidad, sus buenas intenciones, o su cariño verdadero. Nadie
les fotografía, ni les entrevista, y nosotros apenas cruzamos unas simples
palabras. Los auténticos héroes de la vida están muy cercanos, pero para ellos
no hay más que simplezas y obviedades, en el mejor de los casos. Lástima.
Al
final, los ídolos con pies de barro están ganado la partida de la locura
emocional, y contemplando en primera fila el desaguisado nos convertimos en
cómplices necesarios del error. No estamos reaccionando bien en materia de
calidad sentimental, y posiblemente nos hayamos equivocado de camino, todos
juntos, en masa.
No hay mitos que valgan, solo hay vanidades
patológicas. Recuerden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario