jueves, 28 de diciembre de 2017

Regreso a Ceret



El sueño y desiderátum actual del independentismo ya ha sido una experiencia vivida por los padres y abuelos de quienes ahora representan los setenta escaños del Parlament de Catalunya, o el 48% de los votantes catalanes. ¿Extraño?. No. Pongamos la marcha atrás y recorramos el tiempo hasta las décadas de los años cincuenta y sesenta..


Angel era un chaval de diez años, como yo, que se sentaba a mi lado en el colegio. Era  hijo de padres granadinos pero nacido en las barracas del barrio. Había días en que no traía bocadillo para desayunar y cada año en la cartilla de revisión médica le ponían que tenía fimosis  e "imágenes hiliar y parahiliar derechas" (tuberculosis pulmonar, sin ambages). Jugábamos  al fútbol en el recreo y merodeábamos, con una caterva más, por los solares y bosquecillos urbanos de la montaña del Carmelo los sábados por la tarde o  en los meses de verano.. Su chabola era bastante grande, con tejado  afianzado por piedras sobre la tela asfáltica para que no volase los días de viento, una morada vetusta y miserable que cobijaba a los ocho miembros de la familia. Nunca me permitió entrar en ella, posiblemente por vergüenza. Al cabo de unos pocos años desparecieron las barracas y nunca más supe de él.

Joan era el hijo mayor, el "hereu", de un rico comerciante del Ensanche de Barcelona que también tenía diez años y a cuya familia visitábamos de vez en cuando en  aquellas lánguidas tardes de domingo, convidados a los postres y para cumplir obligaciones sociales de remotos orígenes. Aburrido si era el evento, pero bien surtido de manjares de alta pastelería como indemnización por tener que escuchar las grandezas comerciales de los anfitriones (de las cuales yo no entendía nada) y las soflamas nacionalistas con duras reprimendas a los foráneos inmigrantes andaluces o murcianos, causa de todos los males y amenaza directa a la prosperidad nacionalsindicalista del momento. Los dueños hacían así su catarsis de puertas adentro, en grandes y espléndidos pisos, o en los "aplecs" de Ceret (Sur de Francia) donde se daban cita para exaltar la grandeza de su raza en el delirio de una casta superior y adinerada, tomando como belcebú al Dictador en esos Autos Sacramentales. Joan era tímido, algo apocado, pálido y torpe, pero hijo de ricos. Tampoco he vuelto a saber más de él.

Aquellos fueron tiempos de profunda brecha social, de desigualdad, de oprobio, tiempos grises en los que reinó una clase dominante y vernácula  a la sombra de un régimen totalitario y de una Iglesia que otorgaba el perdón a la riqueza y denostaba a los tuberculosos como clara muestra de las consecuencias del pecado. La República catalana realmente existió por entonces, adherida al gran mercado de ventas que no fue europeo sino el de la España una grande y libre, la cual otorgaba privilegios  y quitaba derechos según relevancia y condición. 

Lo de ahora son nostalgias de Ceret.

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