miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Mayordomo


 
 
 
 
La sospecha del mayordomo ante el delito es un clásico de la realidad y de la ficción. La cercanía le involucra, y desde las novelas de Arthur Connan Doyle al espionaje y revelación de documentos pontificios la situación se ha reproducido en incontables ocasiones. Podríamos asemejar, estructuralmente o directamente si así les parece, que el personal sanitario es el mayordomo de la Sanidad. El sistema de recursos humanos que la protege es vulnerable, como también sus gestores y responsables. Yo, como médico, opino que somos altamente sospechosos de  la  grave amenaza que padece la Sanidad Pública, cuando menos como cómplices necesarios en su destrucción. Sin sesgo alguno, y en mi blog, reflexiono sobre el delito.

Los movimientos contra la privatización de la Sanidad, su denuncia y oposición, me recuerdan esos legendarios casos de los anales judiciales en los que el autor material del delito encabeza la cruzada para desenmascarar al culpable. Ni más ni menos. Después de más de treinta y cinco  años ejerciendo la Medicina Pública exclusivamente, mi percepción del problema es bastante clara. Advierto de que no conozco ninguna solución milagrosa para el desajuste y malfuncionamiento de la macroasistencia actual, pero si he tenido tiempo de comprobar  donde están los escollos.

En primer lugar  son los profesionales, con sus actuaciones, los responsables directos de la calidad. “Calidad es saber hacer lo mejor para un paciente con los recursos disponibles”. Este concepto no es cuestionable en lo más mínimo. En este punto empieza el problema, ya que no se actúa  siempre bajo el criterio de calidad.  No todos los profesionales están al mismo nivel, del nivel básico exigible. Esto es una certeza. He presenciado desde ocultaciones de diagnóstico a un paciente por no saber llevar a cabo el tratamiento hasta graves perjuicios por temeridad profesional. La Universidad, y los hospitales docentes, no forman de modo homogéneo, ni siquiera en lo fundamental, a estudiantes ni postgraduados. Sus consecuencias directas son errores sobre el paciente, desde complicaciones hasta mortalidad, y no precisamente errores circunstanciales sino por incompetencia. En teoría la buena marcha de un sistema sanitario depende de lo que estemos dispuestos a aportar con nuestros conocimientos y dedicación, es decir de nuestro bagaje e implicación. Y dicho sea de paso que ningún director o gerente me ha prohibido estudiar ni prepararme a lo largo de estos años, aunque debo reconocer que tampoco me han animado a ello.

Llegados a este punto ya  estamos imputados en el caso. Hay más sospechosos, cierto. La Administración no tiene entrañas sensibles. Formula su participación como un pagador que poco o nada conoce del negocio, poblada de funcionarios que en el mejor de los casos cumple con su misión burocrática, y el resultado es la deficiencia. Cualquier empresario que ni conociendo el oficio ni estableciendo cauces de comunicación ininterrumpida con los trabajadores de su fábrica  tiene los días contados hasta la quiebra. Tampoco los sabe seleccionar, y sigue emperrada en hacer una prueba escrita y contar méritos documentales para contratarlos de por vida laboral. Señores, esto puede que sirviera en tiempos de Napoleón, inventor de este sistema, pero los tiempos han cambiado. Y por último están las injerencias políticas. El cáncer, los traumatismos, las cardiopatías, o las infecciones no son cuestiones políticas  sino patologías sin adscripción partidista. Yo jamás he indagado en la ideología de mis pacientes, mientras que los cargos electos es lo primero que comprueban antes de tomar decisiones de idoneidad para un puesto a otorgar.  Mal asunto.

He visto muchas tragedias. Muertes por desatención, graves complicaciones, denegación de auxilio, trafico de recién nacidos, corrupción terapéutica con Laboratorios y proveedores, ensayos no controlados ni autorizados, agresiones entre sanitarios, substracción de material y medicamentos, chantajes, acoso sexual,  y sobre todo desentendimiento, pasotismo, desidia. Y no todo ha sido anecdótico, sino que se sigue perpetrando. ¿No es, cuando menos, sospechoso el mayordomo?

Sé que las protestas asamblearias continuarán, pero lo que más me preocupa no es el uso político que pretenden, eso es el barullo de la corriente tan solo, el río revuelto. Lo preocupante es que detrás de todo ello sigue sin procesarse al autor material, ese colectivo sanitario  acomodado en una dinámica funcionarial que debería ser adalid de la calidad con su labor día a día. Por el contrario, puede que si  hubiésemos asumido ese objetivo con eficiencia, con tradición ética, por más corporativista que pareciera, ningún gestor ni político se hubiera atrevido a reformar chapuceramente, ni siquiera  a cuestionarnos.

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