La sospecha del mayordomo ante el
delito es un clásico de la realidad y de la ficción. La cercanía le involucra,
y desde las novelas de Arthur Connan Doyle al espionaje y revelación de
documentos pontificios la situación se ha reproducido en incontables ocasiones.
Podríamos asemejar, estructuralmente o directamente si así les parece, que el
personal sanitario es el mayordomo de la Sanidad. El sistema de recursos
humanos que la protege es vulnerable, como también sus gestores y responsables.
Yo, como médico, opino que somos altamente sospechosos de la
grave amenaza que padece la Sanidad Pública, cuando menos como cómplices
necesarios en su destrucción. Sin sesgo alguno, y en mi blog, reflexiono sobre
el delito.
Los movimientos contra la
privatización de la Sanidad, su denuncia y oposición, me recuerdan esos
legendarios casos de los anales judiciales en los que el autor material del
delito encabeza la cruzada para desenmascarar al culpable. Ni más ni menos.
Después de más de treinta y cinco años ejerciendo
la Medicina Pública exclusivamente, mi percepción del problema es bastante
clara. Advierto de que no conozco ninguna solución milagrosa para el desajuste
y malfuncionamiento de la macroasistencia actual, pero si he tenido tiempo de
comprobar donde están los escollos.
En primer lugar son los profesionales, con sus actuaciones,
los responsables directos de la calidad. “Calidad
es saber hacer lo mejor para un paciente con los recursos disponibles”.
Este concepto no es cuestionable en lo más mínimo. En este punto empieza el
problema, ya que no se actúa siempre
bajo el criterio de calidad. No todos
los profesionales están al mismo nivel, del nivel básico exigible. Esto es una
certeza. He presenciado desde ocultaciones de diagnóstico a un paciente por no
saber llevar a cabo el tratamiento hasta graves perjuicios por temeridad
profesional. La Universidad, y los hospitales docentes, no forman de modo
homogéneo, ni siquiera en lo fundamental, a estudiantes ni postgraduados. Sus
consecuencias directas son errores sobre el paciente, desde complicaciones
hasta mortalidad, y no precisamente errores circunstanciales sino por
incompetencia. En teoría la buena marcha de un sistema sanitario depende de lo
que estemos dispuestos a aportar con nuestros conocimientos y dedicación, es
decir de nuestro bagaje e implicación. Y dicho sea de paso que ningún director
o gerente me ha prohibido estudiar ni prepararme a lo largo de estos años,
aunque debo reconocer que tampoco me han animado a ello.
Llegados a este punto ya estamos imputados en el caso. Hay más
sospechosos, cierto. La Administración no tiene entrañas sensibles. Formula su
participación como un pagador que poco o nada conoce del negocio, poblada de
funcionarios que en el mejor de los casos cumple con su misión burocrática, y
el resultado es la deficiencia. Cualquier empresario que ni conociendo el
oficio ni estableciendo cauces de comunicación ininterrumpida con los
trabajadores de su fábrica tiene los
días contados hasta la quiebra. Tampoco los sabe seleccionar, y sigue emperrada
en hacer una prueba escrita y contar méritos documentales para contratarlos de
por vida laboral. Señores, esto puede que sirviera en tiempos de Napoleón,
inventor de este sistema, pero los tiempos han cambiado. Y por último están las
injerencias políticas. El cáncer, los traumatismos, las cardiopatías, o las
infecciones no son cuestiones políticas
sino patologías sin adscripción partidista. Yo jamás he indagado en la ideología
de mis pacientes, mientras que los cargos electos es lo primero que comprueban
antes de tomar decisiones de idoneidad para un puesto a otorgar. Mal asunto.
He visto muchas tragedias.
Muertes por desatención, graves complicaciones, denegación de auxilio, trafico
de recién nacidos, corrupción terapéutica con Laboratorios y proveedores,
ensayos no controlados ni autorizados, agresiones entre sanitarios,
substracción de material y medicamentos, chantajes, acoso sexual, y sobre todo desentendimiento, pasotismo,
desidia. Y no todo ha sido anecdótico, sino que se sigue perpetrando. ¿No es,
cuando menos, sospechoso el mayordomo?
Sé que las protestas asamblearias
continuarán, pero lo que más me preocupa no es el uso político que pretenden,
eso es el barullo de la corriente tan solo, el río revuelto. Lo preocupante es
que detrás de todo ello sigue sin procesarse al autor material, ese colectivo
sanitario acomodado en una dinámica
funcionarial que debería ser adalid de la calidad con su labor día a día. Por
el contrario, puede que si hubiésemos
asumido ese objetivo con eficiencia, con tradición ética, por más
corporativista que pareciera, ningún gestor ni político se hubiera atrevido a
reformar chapuceramente, ni siquiera a
cuestionarnos.
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