miércoles, 14 de marzo de 2012

Reflexiones de un expulsado del Paraíso


Lo milagroso es que a los muchos años tengamos aún la fuerza para mantener la compostura y cumplir aceptablemente con lo que nos exige la vida. Ahora se nos queda atrás la mañana radiante de la juventud con sus perfumes de proyectos y oportunidades y el fulgor del mediodía de la madurez en la modesta cumbre del bienestar. Ahora , no sabemos a ciencia cierta que esperamos ni a quien esperamos. El tiempo opera una metamorfosis tan precisa como inexorable, mientras lo vivido se acumula en un compartimento cerrado a cal y canto del que es imposible extraer, ni sustraer, nada.

Me duele perder la esperanza en que todo sea mejor, tal vez nunca las cosas hayan sido algo mejorable, pero antaño se me antojaba que poco a poco y con el paso del tiempo se podía lograr una especie de excelencia. Han sido muchos lustros de obstinación en ese objetivo de ética vital, profesional, personal, pero los resultados han sido escasos. Sigo en una perspectiva de frustración que se alimenta de las dificultades para navegar en las turbulentas aguas de los entornos. Es posible que la razón fundamental sea la propia limitación de mis capacidades. ¿Para qué culpar a vagos y maleantes, o a incompetentes y zafios, si tal vez todas esas lacras también las contenga yo mismo aún sin querer darme cuenta?. Cierto es que la gente está difícil, que la sociedad se comporta con adocenamiento, que no hay destellos de creatividad. Cierto. Pero...¿no será que todos estamos cayendo en picado hacia una dimensión cautiva de felicidad?

A menudo envidio a los seres más simples, como mi perra. Viendo los documentales de Naturaleza he sentido admiración por esos monos saltarines del Africa Central, por las ballenas surcando los mares, por las águilas volando sobre las cumbres. Me ha conmovido la libertad de esos animales que conocen a la perfección sus ritos y sus instintos, todo en estado puro, hasta verlos sestear plácidamente, hasta ver como son devorados en aras de la supervivencia de las especies (morir en las fauces de un hermoso león no es deseable pero es mucho más trascendente y elegante que morir en un accidente de tráfico o en una guerra).

Aceptando que lo más sublime es hacer lo mejor sin esperar premio alguno a cambio me adentro en ese camino sin destino de la existencia. No tengo costumbre de apoyarme en los misticismos ni de creer con ánimos salvíficos, y aunque no soy ni me tengo por nada extraordinario he deducido que no es preciso llevar, en la vida, ninguna hoja de ruta especial. Tan solo caminar sin esperar nada, andar tan solo con la inercia de la humildad. Algún día llegará en que será "domingo" y no habrá que levantarse.

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