Mi entorno, esta noche, ya no se llena de consejas ni de ritos funerarios, la tradición ha expirado como un mortal más, sin señas propias. A lo lejos, en la calle, oigo las voces de unos "fantasmas" que van, medio borrachos, a celebrar Halloween. También el mercantilismo occidental, muy occidental, ha enterrado a nuestro secular recogimiento para disuadirnos a todos en eso de rendir honores a nuestros muertos entre recuerdos, boniatos, y castañas . Esta noche es del pasado. Qué pena.
La ideología moderna, adjetivo inexacto, desdeña y oculta la muerte, y lo hace con un hedonismo descalabrado. No es muy recomendable pensar a menudo en la muerte pero en cambio recordar a nuestros difuntos supone un acto de excelencia sentimental. Eso me parece a mí. He visto bastantes muertos en mi vida profesional, pero confieso que sigo sin aceptar con naturalidad el final de la vida. Todo está bastante claro desde el punto de vista ontológico, pero muy oscuro en la ausencia definitiva de quienes nos abandonan. Su desaparición, por natural que nos parezca, origina un extraño trepidar del tiempo, como si el engranaje de la vida, tras la pérdida, bajase a otro nivel de andadura, como si se desarrollara, en adelante, en otro escenario distinto. Es, cómo decirlo, un cambio de rumbo en la globalidad existencial que transcurrirá sin su pulso transmitido al devenir de la comunidad de los seres vivos, la de los que seguimos estando.
Hay frases muy bellas para honrar a los difuntos, como aquella que hace alusión a que nadie muere verdaderamente mientras se le recuerda, a mi juicio demasiado poética. Sin embargo, recordar lo bueno que nos trajeron nuestros fallecidos puede que propicie una misteriosa adquisición en el plano espiritual de nuestra conciencia. ¿Y si, ese trasiego de retrospección, fuese un ciclo intangible de elementos inmateriales que vuelven a incorporarse a nuestra dimensión anímica?
No es más que una hipótesis no demostrada. Voy a apagar las velas antes de acostarme.