viernes, 22 de octubre de 2010

REGRESO AL PRESENTE

ESCOLA LAIETANIA

Todo es vocinglería en el patio de la escuela en un lunes, triste como lunes mismo, y triste bajo el cielo encapotado de octubre. En la glorieta que amenaza ruina, y que por aquel entonces no está prohibido subirse, se curiosea y se está al quite de las invitaciones lúdicas que puedan surgir. Somos niños de 7 u 8 años, estabulados en un dudoso proyecto de enseñanza progresista. Es la Barcelona de 1960 todavía no predestinada a los sueños megalómanos del provincianismo ilustrado que recalará algunas décadas después. Me siento ridículo con la plastilina, he dejado de saber leer para hacerle sitio a estas futilidades. Me aburre esa clase asamblearia y hueca donde solo se aprende el paso de las horas estúpidas. Añoro a Mari Carmen, la Señorita que me enseñó las cuatro reglas en el humilde colegio de mi calle. Aquí no hay dulzura ni castigo, ni éxito ni fracaso, ni aprobado ni suspenso, ni blanco ni negro, ni amigos…¿ ni rivales?. Esto es otra cosa. Es un extraño engendro como insertado a contracorriente, sin cometidos concretos ni vocación de enseñanza. Ya me dirán si un deforme cenicero de barro es un gran bagaje para resumir el final de curso. Cerca de la glorieta un niño gordo llora desconsolado, y me acerco enternecido.

-¿Qué te pasa, por qué lloras?

Una mueca de rechazo se desprende de su cara surcada de lágrimas. No responde a mi ingenua pregunta. Pero yo trazo mi explicación. Gordo, sofocado, asmático, feo, y desgarbado. Le rechazan, y no quieren jugar con él. Se me encoge el corazón, se me acelera, se me abre el pecho, siento tanta pena que con voz trémula le ofrezco...

-¿Quieres que juguemos los dos? ¿Te gustaría? ¿Quieres que seamos amigos?

El niño gordo no me mira, tiene la vista puesta en el cielo o mejor en la alta palmera que hay frente a él, pero nada observa. Ni a mí. Sin bajar la vista responde secamente...

-No.

Me vuelvo a la glorieta algo ruborizado. No es un buen lunes, por lo que se ve. Solo tengo ocho años. Allí se han apostado dos mozalbetes algo inquietantes que parecen al acecho. Yo me acerco en busca de trama lúdica, ¿por qué no?

--¿Queréis jugar?

Me miran y de pronto formulan una pregunta invasiva y urgente:

-¿Tu ets falangista o llobató?

Yo ni idea. No sé de qué me hablan.

-No sé

-Digues, rápid, ¿falangista o llobató?

Me sonrío. Tal vez es una clave para entrar en una panda de amigos y jugar. ¿Y qué responder?. Ellos insisten, reclaman mi respuesta.

-¿No ets llobató?

-Pues...no

-¿Falangista?

-Tampoco. ¿ Y vosotros?

Se apartan de mí como posesos y empiezan a gritarme, voceando por todo el jardín… .

-¡Falangista! ¡Falangista!

Y muchas miradas se posan en mí. Ellos repiten el adjetivo sin cesar. Más ojos van mirándome. Yo me siento acosado, empiezo a sentir miedo. ¿Qué habré dicho? ¿No era esto un juego?. No. No lo era. No lo será nunca.


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