Me dirijo a las dependencias de Urbanismo para obtener un permiso de obra menor, a adquirir algo, a comprar. Atravieso el control de seguridad y pregunto. Me indican una puerta y allí guardo una pequeña cola. La funcionaria no me tramita el permiso, me entrega tres impresos ("para que le hagan la valoración") y me indica otra puerta, al otro lado del oceánico hall. Entro y saco número de turno. Relleno los impresos con la suerte de llevar un bolígrafo encima. Me siento y aguardo. Pasan los minutos y por fin me toca a mí. Otra funcionaria, por fin, gestiona el trámite. Me pide los documentos, uno a uno, y comienza, torpemente, a introducir en el ordenador los datos manuscritos que he consignado con pausas operativas (será lo lento que va hoy, o siempre, o ella). Finaliza sus actuaciones y entonces estampa tres sellos. Suspiro, pero el asunto no ha terminado, Me remite al pago, en caja, en otra puerta, saliendo a la derecha. La sección, esa si, está perfectamente identificada; CAJA, siendo además la única que luce rótulo. Vuelvo a sacar número, y vuelvo a sentarme. Me toca. Entrego los papeles timbrados, 34,60 €. Pago con tarjeta, inmediato. El administrativo pone otro sello y estampa una firma ilegible ( trazos dignos de estudio psiquiátrico). Pero el periplo no ha concluido. Debo acudir al punto de partida, a la primera puerta. De nuevo mi vieja conocida recoge la documentación y me da otro número de turno. Ya han pasado 47 minutos (¿y qué son 47 minutos en la vida de un ser humano?). Trato de relajarme y pensar en cosas bonitas, pero nada positivo acude a mi mente esa mañana de invierno. Un sin fin de puestos de oficina, equipados y silenciosos, se encuentran frente a mí. Llevo el A046, un dato que no ofrece pistas de espacio-tiempo. Curioseo el móvil. consulto los titulares, y me percato de que casi todos, los que esperamos, hacemos lo mismo. Empiezan a levantarse de sus puestos algunos funcionarios (debe ser la hora del desayuno reglamentario, indiscutible, innegociable, la gran conquista del legado eterno de Sacco y Vanzetti) Ya me he leído los titulares y un artículo de fondo. Una hora y diecisiete minutos cuando anuncian mi turno. Esta vez me atiende una señora o señorita joven pero igualmente torpe con el ordenador que teclea con los índices, sobre todo con el derecho. El evento bien podría haber inspirado la novela de Milan Kundera: La lentitud. Imprime varios folios, vuelve a imprimirlos y por fin, por fin, pone otros dos sellos. Sin comunicación verbal me los entrega y escuetamente dice: seis meses. ¿Cómo?. Que tiene seis meses para ejecutar la obra.
Recupero el aliento.
Salgo a la niebla de la calle. Una hora treinta y tres minutos. Todo un record para la Era digital en la que vivimos. Habrá que consolarse al entender que se trata del concepto aplicado de redistribución social de la riqueza, tan en boga y tan presupuestado. ¿Qué sería, si no, de esos probos funcionarios? ¿ Cómo y con qué se ganarían la vida?. Una vergüenza.
Doy gracias al Cielo por no tener que seguir los mismos trámites para adquirir un billete de avión o un recambio de la Rumba por Amazon. ¿Hasta cuando esta burla morbosa de las Instituciones Públicas hacia los ciudadanos?
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