viernes, 9 de noviembre de 2018

Estación de Ripoll






Mi dibujo no es perfecto, ni mucho menos . Los que solo somos diletantes de las artes tenemos en común esos errores que siempre acaban por expresar una tendencia infantil que luego no se ha corregido con un entrenamiento pictórico adecuado. Nos hemos quedado, más o menos, ahí, en la niñez. Lo aprecio cada vez que voy a una exposición de artistas desconocidos actuales, o no tan actuales, pero no consagrados. El arte exige demasiado para ser estéticamente bello y son pocos los  capaces de someterse al implacable mandato de su disciplina. Al margen, este dibujo si refleja una época que ha quedado para siempre en mi memoria con tanta nostalgia como advocación. Esa estación fue para mí, por las ocasiones en que estuve en ella, el Finisterre  de España. Los cielos encapotados del Ripollés (de un gris tan vernáculo), la cercanía de la frontera francesa, los trenes eléctricos circulando entre la humedad y los valles angostos significaban el punto final  de una tierra soleada en inmensas llanuras que hablaba y sentía de otra forma. La barrera y la guardia civil sellaban la terra incognita que yo intuía y anhelaba detrás de los Pirineos sin solución de continuidad con ese misterioso aire ferroviario: la Francia prohibida por entonces. Se me antojaba, siendo niño, un lugar que exaltaba y prolongaba todavía más esa placentera tristeza de lluvia y tonos grises. Creo que fue el mismo Picasso quien dijo que "adoraba la tristeza porque era español".

La RENFE es toda institución pero llena de toscos empleados, aún ahora. No importaba esa geografía humana de revisores amargados, despachadores imbéciles, y maquinistas alcohólicos, importaba el escenario, el portento majestuoso de aquellas locomotoras suizas o francesas que arrastraban el rosario de vagones vetustos, los convoyes de una miseria patente entre los viajeros. Y viajeros éramos todos, Lo excelso era el ambiente, desaparecido para siempre, crucial y extremo, porque había que subirse a un tren tiritando de frío para llegar a casa, vender en un mercado, o  visitar a unos familiares. Ese tren que partía de Barcelona con dirección a Puigcerdà anunciaba en los paneles del andén: "Dos primeros coches a San Juan de Asas". ¿De Asas?. Si. La economía de medios de aquellos tiempos   llegaba a la rotulación: Asas significaba Abadesas. En Ripoll se bifurcaba la línea, en mi dibujo lo sigue haciendo y en mi memoria también. El  ramal terminaba en Sant Joan de les Abadeses, en un umbrío valle bajo la imponente mole granítica de los montes., fin de trayecto hacia el Mundo.

No fue un tiempo gozoso, por más que la infancia segregue incesantes endorfinas, ni siquiera cómodo, sino todo lo contrario, pero... sueño con ese pasado y lo dibujo.
¿Porqué?

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