Cuan insólitos fueron aquellos años cincuenta que, aún lastrados por justezas y restricciones, recibieron el soplo genuino del surrealismo. De aquel tiempo, en mi vida, me quedo con la figura de mi tía María Luisa que ayer falleció a los ochenta y ocho años y quien, aunque alejada de las prominencias estéticas del existencialismo, de las literaturas, y del arte rupturista de dicha corriente cultural, me transmitió su espíritu esencial Sin duda las filosofías y pensamientos emergentes, en cada momento, siempre acaban por impregnar el sentir y el hacer humano por más que estos se encuentren herméticamente cerrados o secuestrados. Así puedo corroborarlo por mis vivencias con ella.
Allí donde imperaba una rigidez omnímoda ella ponía sonrisas e indulgencias. Donde escaseaba lo delicioso ella endulzaba la mesa. Donde imperaba el aburrimiento ella sabía divertirnos. Donde había lágrimas traía el consuelo. Donde volaban inalcanzables las ilusiones ella volvía con el regalo. Donde se sentenciaban prohibiciones ella recurría y ganaba el caso. Ella nunca me dijo no. Y si esto no es surrealismo en estado puro...
No fue mi segunda madre, fue un aliado que, tal vez inmerecidamente, me otorgó la vida para alcanzar felicidad. Ahora pienso, muy convencido, que el azar existe y que María Luisa encarnaba la buena estrella. Mujer resuelta, devota de la actividad, trabajadora, con un toque irresistible de glamour que la hacía socialmente brillante. A pesar de su infancia difícil, a pesar de ser mujer en aquellos tiempos, a pesar de no ser madre en aquellos mandamientos, se alzó en medio de esa carrera de obstáculos y supo llegar a la meta.
Inteligente, distinguida, emprendedora, elegante, carismática, veraneante de Ibiza, sensible, generosa, pequeña empresaria autónoma, todo eso y mucho más...en aquel tiempo. Pero, ¿qué estoy describiendo?...¿en aquel tiempo?. Una premonición.
Me inclino ante ti, tía Maria Luisa. Descansa en paz.
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