domingo, 21 de mayo de 2017

Fair play



Ni Pedro Solé, ni Antonio Fábregas, ni Juan Escoda, mis entrenadores durante los seis años que jugué en el R.C.D. Espanyol, jamás dieron consignas de agresión a los rivales en el vestuario, siempre...fair play (juego limpio). Eran aquellos tiempos de mi adolescencia, casi en blanco y negro, en los que el fútbol se jugaba con un discreto romanticismo aunque con la exigencia propia de la categoría del equipo. Cuatro entrenamientos semanales y un partido los domingos, autobuses y tranvías todos los días y el festivo roto por los horarios del encuentro. Así toda la temporada, con el orgullo de jugar y defender al equipo, recibiendo golpes y patadas, abrasiones al caer sobre la tierra del campo, e insultos desde las gradas. Lo peor, ya por entonces, era el público, no los jugadores rivales. Escuché de todo y aguanté sin rechistar  ese oprobio de hiel que descargaban unos energúmenos llamados espectadores con una fiereza inusitada. Hay algo maligno en el deporte  de competición por equipos que trasciende las quejas por decisiones arbitrales, o los lances violentos de algunas jugadas. Hay vesania.

El problema ha ido creciendo y amenaza convertirse en una cuestión seria de seguridad. Alguien dijo que el fútbol es un deporte de caballeros jugado por hooligans, y no estoy de acuerdo. En los terrenos de juego hay muy pocos desalmados. Es en el aforo donde se sitúan los peligrosos, algunos capaces de asesinar, como tristemente ya hemos comprobado. Urge corregir esta deriva.

Manchar el deporte con todo tipo de violencia es destruir la cultura, lo cual no es admisible, Desde las escuelas hay que empezar a inculcar el respeto entre rivales. Desde los medios de comunicación hay que desterrar el enconamiento irracional. Desde las propias instituciones, deportivas y gubernamentales, redoblar los esfuerzos contra la violencia.

Qué bello es aplaudir una victoria de tus colores, pero que elegante es encajar la derrota sin vituperar al contrario. Aunque no le felicites- Fair play.

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