No iré a ver la película “Un Dios
prohibido”. Es mi “basta ya” personal contra la leña que alimenta las brasas, o el fuego, de aquella lamentable
contienda y todo lo que había sucedido y sucedió después de ella. Tanta
necrofilia, en los dos bandos, me incomoda hasta el punto del absurdo, me
subleva contra esa escalada de pesaje de
tropelías, bien que durante algunos años los entonces vencidos hayan
reivindicado su silencio obligado durante el franquismo. Pero ya no más, aunque
queden muchos interrogantes sin explicar, aunque nunca se llegue a saber todo
acerca de los delitos cometidos por las dos partes, aunque queden cuentas
pendientes, es hora de pasar página y comprometerse al “nunca más”.
Películas sobre la guerra civil se seguirán produciendo
y realizando como recurso cinematográfico lucrativo, Queda taquilla todavía, y
eso es lo más nefasto, sean éstas del signo que sean. Dicho sea de paso, dentro
de pocos años, si el ritmo de entregas
de este género prosigue, se acabaran rodando mas metros de cinta que lo
que duró en tiempo real aquella guerra. Otro absurdo. Magnificar el horror es
casi lo mismo que alimentar monstruos, monstruos residuales en estos tiempos
pero monstruos al cabo. Si todos hemos sufrido, indefectiblemente, la impronta
de aquella tragedia deberíamos estar ya en condiciones de conciliar un punto
final como herederos directos de una época negra de nuestra historia. Eso sería
grandeza.
Barbastro
fue, durante aquellos años, un lugar especialmente cruel, aunque nadie podría
establecer una clasificación nacional al respecto. Mientras los unos
asesinaban, no en combate, los otros también Mientras unos perseguían, bajo las
sospechas más que peregrinas, los otros también. Mientras se encarcelaba a las
personas, a las ideas, a la mismísima Libertad, se consumaba el hundimiento de
la gran aspiración de todo ser humano: vivir en paz. He ahí la gran tragedia.
Pueden argumentarse jurídicamente o éticamente las responsabilidades de la
contienda, y condenar, y sentenciar, pero la historia al final solo sirve para
no volver a cometer el mismo error.
Me
quedo con las palabras escritas por mi abuelo a mi abuela la última noche de su
vida antes de ser fusilado en 1938: perdonadlos. Y nuestra familia así lo ha hecho.
Pues yo sí la pienso ver. Es una película que trata del amor a Dios y de unos jóvenes que dieron su vida por ese Amor. Y que murieron perdonando a sus asesinos.
ResponderEliminarPrecisamente, pienso que existen muy pocos testimonios mejores y mas valiosos hacia la definitiva reconciliación que esta película. La guerra civil no es más que el marco en el que se desarrolla la acción, el escenario. El libro en el que se basa ("Iban a la muerte como a una fiesta") es un testimonio impresionante de perdón y agradecimiento a Dios. Es absolutamente recomendable y se acaba de reeditar.
Por eso la veré y la recomiendo a todo el mundo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn realidad, el libro trata del martirio de los monjes de Pueyo (benedictinos) con los que convivió el autor, que entonces era un jovencito de 15 años. Pero convivieron con los claretianos (de quienes trata la película), sufrieron su misma suerte y aceptaron su destino con la misma serenidad y alegría. Todo lo que narra Plácido María Gil Imirizaldu, el autor del libro, fallecido no hace mucho, lo vivió él en primera persona. Por eso es tan impresionante su testimonio de la alegría con que eran llevados al martirio, de la paz y agradecimiento a Dios con la que aceptaban su destino y de su inmensa entereza y serenidad para perdonar de corazón a quienes les llevaban a la muerte.
ResponderEliminarJustamente como tu abuelo, pidieron (y hay numerosos testimonio de ello), perdonando y pidiendo perdón para sus verdugos.
No dudo de esos sentimientos, es más... los comparto. Mi negativa no es hacia lo profundo de esas experiencias vividas en la más cruda realidad, sino contra el trasiego mediático de uno de los episodios mas negros de nuestra historia, ese es mi basta ya, un no contra la reedición de ese recuerdo trágico. Nadie debería extenderse en lo negativo nunca, bajo cualquier argumento y bajo cualquier punto de vista. Creo que deberíamos olvidar, ya iría siendo hora, lo macabro contado desde la Fe o desde las ideologías de izquierda. Y algo más...cuando algo traumático se recuerda a menudo, en cualquier aspecto de la vida, es que persiste el efecto del daño.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios, siempre de sumo interés para mí.
Estoy muy de acuerdo con tus palabras, papá. Puede que yo haya sufrido una guerra ni vivido una contienda, pero yo soy de la generación que no ha sido silenciada en ningún momento y por supuesto conozco muy bien el significado de libertad. Aquí influye el factor "empatía" y aunque no haya experimentado todo aquello, he escuchado mil veces los peculiares relatos de personajes de los dos bandos.
ResponderEliminarMi mente, en este caso, fría y sobretodo joven, piensa que tienes toda la razón. Que no hay principio sin fin (y esta frase la aclamo).
Ahora toca mirar al futuro y no, no digo que haya que olvidarse del pasado, si no que es y fue un hecho que ocurrió y nada lo puede cambiar. ¿Por qué seguir anclados a un pasado? ¿Por qué vivir en una constante consternación o un continuo remordimiento? Lo importante es ser feliz y honradamente saber perdonar.
Justamente, eso es lo que supieron hacer estos cincuenta y tantos jóvenes, amar y perdonar. Por eso, creo que en esta película (tuve la suerte de presenciar la proyección de una parte de la misma), como tampoco en el libro en el que está basada, no hay nada negativo, se mira al futuro, al cielo, y es una delicia. Estos jóvenes no hablaban de política, sólo de Dios, a quien agradecían el honor de dar la vida por él.
ResponderEliminarYa te entiendo, Juan, pero en esta película, la guerra es sólo un decorado, un escenario.
Un abrazo admirado a tu impecable prosa.
Lo mas bello, en el arte y en la vida, y mirar la obra desde diferentes perspectivas. Un abrazo.
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