El monstruo del terrorismo se
alimenta de los millones de pensamientos irresponsables que destilan los
malvados de espíritu, entre los que pueden encontrarse un vecino un amigo o el
conductor que nos precede en la autopista. Cualquiera puede ser uno de ellos, y
esos odios se transforman en bocados nutritivos para las más perversas causas.
Aún
escuchamos, de cerca, frases brutales contra personas, instituciones,
colectivos, o idearios. Así no se puede vencer la barbarie. Reparemos en el
efecto multiplicador que posee esa abyección, ya que para mí no hay más
explicación que el cortejo, íntimo y subliminal, de tanta violencia individual
hecha palabra, pensamiento, o simple vocablo airado transformados por una
misteriosa dimensión que descansa en un extraño
subconsciente colectivo. No es un hecho aislado, un vulgar cruce de cables, el atentado al
Maratón de Boston, ni la matanza de la escuela, ni el asesinato en masa en la
isla noruega. Todas esas atípicas y horribles acciones son por efecto de una
maldad interior creciente en un mundo sobredimensionado y abiertamente
desigual. Desigual, menos que lo fue en otros tiempos, pero profundamente
desigual, sin rumbo para equilibrar la errática trayectoria del devenir. Demasiado
odio, demasiada insatisfacción por el fracaso individual en medio de un mundo
que evoluciona sin contención material. Y lo peor es que difícilmente puede ser
de otra manera. Rezuman calamidad muchas mentes excluidas de la vorágine del
dinero, de las oportunidades vitales, y en cambio conectadas a una tecnosfera
informativa que no hace más que atizar
el fuego de su evidente desigualdad y marginación, Ya nada garantiza la paz
social, ni la educación, ni la cultura, ni el estado del bienestar (al menos bienestar relativo si echamos la vista atrás
unas pocas décadas), ni los proyectos solidarios, ni la mismísima Democracia,
ni el aumento de expectativa de vida, todos valores excelentes en lo inmediato.
Pues ni aún con todo ello cesa la violencia, crece y conmociona (por ahora)
hasta que nos hagamos resistentes a las tragedias ajenas. Debe existir una
causa maligna que se está colando misteriosamente en muchas mentes, y de
continuar este proceso compulsivo de desear el mal del prójimo se acabará colando
en la dotación genética de muchos. Y en poco tiempo en la de todos.
Mi más sentido recuerdo a todas
las víctimas de cualquier forma de terrorismo
La aparatosa atención mediática que se da a los actos terroristas, rayana a veces en el espectáculo, es lo que les da sentido, a la vez que estímulo para que se sigan produciendo... Yo también creo en esa causa maligna.
ResponderEliminarHasta que no haya un solo hombre en el mundo que entienda que la vida de otra persona es intocable,seguirán pasando esas cosas. Que cobarde eso de poner un artefacto y esconderse. Es intolerante que en pleno siglo XXI aún hayan personas con derecho a matar a otras.
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