Me
hago esta pregunta mientras reflexiono acerca de la “precaria” situación
económica que padecemos. Todos estamos expuestos a quedarnos sin un céntimo, todos,
así que conviene pensar en ello y planear soluciones. Pediría ayuda. Conozco a bastantes personas
que podrían hacerlo, pero intuyo que solo me darían excusas y poco más. Saldría
a buscarme la vida, aunque los que, como yo, somos monotemáticos laboralmente
dudo que consiguiéramos algo substancial. Ahora recuerdo una lejana conversación
que mantuve hace muchos años en una taberna del puerto de Mahón con un
vagabundo y que viene al caso.
Mientras
esperaba la apertura del consignatario de buques que había transportado mi
coche, entré a tomar un café en uno de esos
novelescos bares que decoran las dársenas. Junto a mí, un desaliñado personaje
vestido como un espantapájaros se tomaba una copa de gin, y solo eran las ocho de la mañana. No le faltaba osadía al
caballero ya que a los cinco minutos estábamos conversando como tertulianos
habituales, y quemando etapas me sugería
principios vitales prefilosóficos.
Ustedes, los turistas, creen que
lo que se gastan vale lo que disfrutan, pero están muy equivocados –sentenció
con recochineo- La vida es más simple y barata. No hay que complicarla nunca. Si
acaso, y discúlpeme, la vida es como el palo de un gallinero..
¿Cómo el palo de un gallinero?
-inquirí sorprendido- ¿A qué se refiere?
Pues verá -repuso con cierta
discreción-, es corta y llena mierda.
Quedé
atónito. Pensé que estaba algo majareta, pero había un misterioso aplomo en sus
palabras. Apuró la copa y se señaló con
el dedo.
Yo no pago impuestos, tengo una
sola muda, y mi DNI está caducado. No tengo prisas ni temo a nadie -dijo con
soltura mientras rebuscaba una colilla en sus bolsillos- Ya lo ve, mi casa es
el mundo.
A
pesar de su desaseado aspecto aquel no era un hombre cualquiera, sino alguien
que sabía interpretar al dedillo su existencia
sin lamentarse de ella. Se despidió cortésmente y salió de la taberna.
Si
nos llega la ruina siempre podremos hacernos vagabundos. Juro que, aquel,
desesperado no estaba, y nada poseía.
Es cierto, las cosas son más simples de lo que creemos. Una de las principales tareas del ser humano parece que es complicarse la vida.
ResponderEliminarAsí es, y la perspectiva desde la no posesión aclara la realidad de la vida. A medida que atesoramos cosas materiales nos vamos alejando de la auténtica felicidad, pero nos engañan a todos con la quimera del oro, por los siglos de los siglos.
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