El Dr. Trías falleció hace unos días. Fue uno de mis maestros quirúrgicos probablemente el mejor de todos, aunque de todos se aprenden cosas importantes. Hombre carismático en lo inmediato, de esos que vuelcan lo excelso de sus conocimientos en el momento necesario , en lo profesional directo, nunca en lo mediático ni en las resonancias públicas, A eso yo le llamo la forma eficiente de la humildad. Y no era ni tímido ni reservado, todo lo contrario. Era una anécdota continua surgida de su gran experiencia. Experiencia. Sí.
Hijo de un insigne médico, Rector de la Universidad Autónoma de Barcelona en los años treinta, toda la familia tuvo que exiliarse al Sur de Francia antes de terminar la Guerra Civil. Años después regresaron a Barcelona. En esa condición social y política estudió la Carrera de Medicina mostrando un temperamento más que una ideología, exhibiendo su capacidad y profesionalidad como el más alto rasgo de identidad catalana y catalanista, obteniendo el respeto y la admiración de todos, hasta de aquellos adictos notables del régimen franquista. Fue un hombre intrínsecamente político y extrínsecamente quirúrgico.
Pero lo más cautivador de su personalidad era su enciclopedismo cultural. Su prolija formación alcanzaba lo humanístico en perfecto equilibrio con su destreza operatoria, y con su actividad clínica: no era solo un brillante cirujano sino también un clínico experto. Un día, en Clase definió el óptimo nivel del profesional quirúrgico, sugiriendo a los alumnos un debate curioso. ¿En que manos se pondrían ustedes como pacientes: en las del cirujano practicón o en las del cirujano académico? Tras unos minutos de dispares opiniones de los alumnos zanjó la cuestión. Miren, -nos dijo- yo ni en uno ni en otro, buscaría un cirujano pensante.
Ese cirujano fue Ramón Trías, exactamente. Amigo de propios y ajenos, incansable y hábil, artífice de más de 200 derivaciones porto.cava para la hipertensión portal, pionero de la sutura mecánica en anastomosis intestinales, tertuliano de Josep Plá, padre de familia numerosa, y convencido de su vocación, Presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, y devoto del Empordá donde se transfiguraba en genuino lugareño.
Don Ramón, le sigo teniendo presente en mi día a día como cirujano. Gracias por todo, y siga operando casos difíciles allá donde esté.