domingo, 12 de febrero de 2012

TAPIES

Tapies, recientemente fallecido, no ha sido un pintor de mis preferencias. No lo era hasta que lo escuché explicarse en un programa "in memoriam" de Informe semanal. Su pintura, sin más aditamentos, parece una tomadura de pelo, pero no...hay un punto de autenticidad muy importante. No hablamos de un virtuoso del dibujo, ni de la perspectiva, ni de la armonía del color, sino de un dotado, intrínsicamente, de misticismo natural. Ahí está la cuestión. El alma.
Contemplando su obra se desgrana un mundo extraño y anárquico como posiblemente sea el mundo sobrenatural. Muchos han sido, a lo largo de la Historia, los que a título personal han accedido a esa experencia supramaterial, y lo han hecho de forma espontánea pero bajo el dominio de fuerzas poderosas: arte o religión. Son dos aspectos adquiridos e inherentes al ser humano desde que éste alcanza, misteriosamente, su condición de homo sapiens. Sin duda ambas surgen de una necesidad cosmológica y diferencial, e imprescindible para la evolución. No tengo reparos en admitir que los dos aspectos, juntos o separados, son la clave de la proyección intelectual del hombre.
Hace un par de semanas visité el Museo de la Historia del Arte en Viena. Alli, dentro de un inmenso palacio, tuve la oportunidad de confirmar lo trascendente del binomio Arte-Religión, mientras observaba unos sarcófagos egipcios expuestos. No era solo su policromía, era la razón por la que un culto pueblo primitivo se había volcado en la transmisión sensitiva del más allá. No era por un misterio gratuito, sino por la expresión de los nemes ancestrales obligados a superar la vasta visión cotidiana de un entorno desértico, es decir sin injerencias sensoriales del paisaje o de la escasa voluptuosidad social de aquel entonces. Puro misticismo.
Como Tapies.


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