En el panorama político actual todo es delicuescencia, la propiedad química de absorber humedad y disolverse lentamente. El fenómeno es además de curioso inquietante, porque da la sensación de que nos hemos quedado huérfanos de personajes singulares, y sobre todo capaces para dirigir y organizar con rigor y eficiencia, aceptando que la intelectualidad de nuestros gobernantes ya hace años que no pasa del suspenso. Son tiempos confusos intrínsecamente y me pregunto si la clase política, globalmente, está abocada a su regresión e ineficacia por la durísima competencia de las tecnologías emergentes. Es solo una hipótesis, pero llama poderosamente la atención que lo mediático haya alcanzado un grado superior al de herramienta, que lo auténticamente evolutivo sea la informática, donde un simple chip modificad0 abre un universo de aplicaciones y , claro está, el discurso rancio y monocorde del Poder Ejecutivo no puede someter a la vorágine de la ciencia aplicada, cambiante y más poderosa día a día. En otros tiempos, no tan lejanos, la palabra oficial era la máxima referencia social mientras que ahora suena hueca y trasnochada, ha perdido vigencia y sobre todo efectividad.
A todo ello se le pueden poner ejemplos. Un botarate de tomo y lomo ha llegado a presidente de España y otro, un poco más culto, le sucederá. Qué panorama. En esa ciénaga de incompetencias se ha alterado fuertemente la ecología social, con un deterioro peligroso de las relaciones de convivencia social. Todo es progresivamente más cutre, la educación brilla por su ausencia, y el espectro de la desintegración de los valores no solo amenaza, sino que empieza a reinar en nuestro día a día. Se omite el compromiso sincero, la dedicación, la acción solidaria, el decoro, la transparencia de intensiones, el rumbo estable de la vida, los objetivos humanísticos. Y en esa debacle aparecen mutaciones patológicas de revolucionarios con graves taras físicas y mentales que infestan la vida pública con sus detritus. Estamos jodidos, jodidamente jodidos, y lo peor es que esta profunda crisis es fundamentalmente social, más que económica. Nuestros politicos no sirven, no pueden resolver nada. Nuestra sociedad se ha hundido en el barro, y no sabe salir. El dinero no es la solución, es un agravante a mi entender,
Si alguien supiera reestratificar el edificio social, y colocase en buena posición los elementos, se podrían albergar esperanzas, pero lo más propio es que la ceremonia de la confusión continúe, y en una larga agonia, delicuescente, se vaya disolviendo todo. Tristemente.
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