jueves, 14 de mayo de 2020

¿País de servicios o de sirvientes?









Me lo pregunto seriamente, porque  el descalabro económico que se avecina con esta crisis pandémica parece estar ligado a la quiebra del turismo, bares y restaurantes. ¿Es así? Pues que fiasco tan humillante el percatarse de que vivimos de un monocultivo de servidumbres que, sin duda, es un negocio subsidiado por quienes compran placer. Me resulta casi obsceno haber llegado en algo más de medio siglo a depender del ocio, la gula y el alcoholismo para nuestro sostenimiento, abandonando  aquellas actividades básicas e inmemoriales que históricamente nos permitieron ser una nación, como otras. Había quedado probado que incluso ante los avatares de la miseria sabíamos subsistir, sembrar y recoger, fabricar, vender. Pero un día se destapó la caja de pandora y alguien vislumbró que, sin darle mucho al coco ni tener que discurrir demasiado, se podía ganar dinero satisfaciendo a unos tropeles pudientes y deseosos de solazarse. Los campos se abandonaron, y las fábricas fueron cerrando. Las hordas de turistas proveían de pingües beneficios  a cambio de cocinarles, servirles copas, limpiarles las habitaciones, y entretenerles ejerciendo de bufones. Fácil. Demasiado fácil. Se satisfacían así las nuevas demandas de los países ricos, los que aumentaban su capital emprendiendo retos tecnológicos e innovadores, currando el progreso en si mismo. Poderoso caballero es don dinero, y todavía más poderoso es don talento, del que no carecíamos pero al que renunciamos a cambio de la estulticia de un modus vivendi servil y campechano. Se enterraron definitivamente los restos mortales del ingenio que nos habían salvado en las peores circunstancias y , si se quiere, que nos permitieron  muchos siglos atrás  edificar un nuevo mundo. La renuncia al intelecto productivo ha cavado esta fosa tan profunda en la que reposamos los españoles, y de la que es muy difícil salir o, mejor dicho, imposible. Seguiremos mendigando a cambio de poco, arrodillados ante la iniquidad de quienes gobiernan el mundo, aguardando sus dádivas con ansiedad, porque nadie, ni mandatarios ni ciudadanos, aquí está dispuesto a ningún esfuerzo personal ni colectivo.

Seguiremos como sirvientes vituperados, y nuestras hieráticas rebeliones no amenazarán a ningún Señor sino a los propios  remeros  que somos, amarrados al duro banco de una galera asiática. Y ¿a quien le importa eso?. Arrojarán al mar los cadáveres de esos motines y los substituirán por nuevos convictos.

Qué grave error confundir la enjundia de los servidores con la insignificancia de los sirvientes.

lunes, 11 de mayo de 2020

Adiós, Isabel, adiós

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 Ha sido en la madrugada de este pasado domingo. Isabel Girón ha fallecido a sus cincuenta y tantos años, un óbito que ha caído como un inmenso jarro de agua fría sobre todos quienes la conocíamos, por lo inesperado y lo terrible que ello ha supuesto. No lo podíamos creer, pero la realidad ahí estaba, frente a su semblante bondadoso, su impecable sonrisa que transmitía  admiración recíproca y de la que, sin embargo, ella era la gran merecedora. Siempre me han cautivado esas personas que nos muestran un afecto incondicional sin que sepamos, a ciencia cierta, las razones ponderables de su magnánima actitud hacia nosotros, e Isabel era una de ellas, una de las pocas que  se te aparecen en la vida con esa deliciosa actitud. Lo común es dar con  tacaños/tacañas de espíritu en nuestras relaciones cotidianas, cuando no con gentes adustas, y todo ello porqué, tal vez, nos paguen con nuestra propia moneda. Ella era diferente, ofrecía, regalaba su colaboración, y además nos lo agradecía. ¡Qué grandeza!

Hablar de Isabel, precisamente ahora, es reflexionar en medio de esta distopía a la que pertenecemos, y hacerlo con muy pocas esperanzas de evasión. Su ejemplo, maravilloso ejemplo, no nos cunde. Seguimos instalados en esas predeterminadas obcecaciones  de nuestro cerebro reptiliano, sin apenas prestarnos a los demás, ocupándonos de un miserable "carpe diem" como único y estricto objetivo, sin importarnos un rábano todo aquello que no sacie nuestros apetitos diversos, y si puede ser gratis mejor. Muy al contrario, esa dedicación plena al cuidado de los demás, y a la pedagogía de las cosas sanas, fueran ancianos o niños, rompiendo el monótono tic-tac de un geriátrico con sus caricias o enseñando los primeros pasos del esquí a mocosos arremolinados en la nieve, habla por si misma de la belleza en estado puro. No nos debería de caber excusa para tratar de imitarla, máxime quienes hemos recibido  sus dones en las vidas de nuestros hijos pequeños, pero no lo haremos. Seguiremos en nuestra vorágine tóxica de un hedonismo galopante y, la mayoría, poco a poco olvidaremos a Isabel y a su labor entregada. Somos así de impresentables. Mañana, o pasado mañana, regresaremos a esa sabana feroz del post-confinamiento para tratar de copular y devorar con las terrazas y bares, con las playas, con los grandes almacenes, con los estadios de fútbol, con los viajes en tropel a donde no se nos ha perdido nada. Mierda!

Y es que el Bien no está en los sermones, ni en la prosperidad malentendida, sino en personas como Isabel. Bravo por ti.