En mi tierra, Catalunya, todo seguirá, a pesar de la convulsión epiléptica que ahora padece, pero el dolor de la circunstancia me traspasa. Así me siento cuando otro tipo de incertidumbre, distinta de la baboseada incertidumbre financiera, se cierne sobre el pasado , el presente, y el futuro de un pueblo atrapado en la jaula de un idioma que, unos cuantos, han subvertido para convertirlo en un arma poderosa y letal. La piedra angular es la lengua, así de simple.
Ni yo mismo, absolutamente bilingüe, pude nunca imaginar que la intrínseca belleza del catalán contuviera tal arsenal de pólvora y pertrechos bélicos, hasta el punto de haberlo avituallado con mis modestas composiciones musicales en lengua vernácula. Con ese tributo, cuasi romántico y sin saberlo, he puesto mi granito de arena en la gran muralla que hoy amenaza con separarnos, o mejor, que ya nos separa. Lo que parecía un valor añadido de cultura no era otra cosa que la cuestación humilde y popular al equipamiento del ejército del odio. Así lo han camuflado siempre ciertas mentes mesiánicas y alienantes que han gestado este engendro de conflicto. Hay que reconocer que sus aviesas intenciones salían muy baratas, fuera de toda sospecha golpista y sin el peligroso ejercicio de comprar y acumular armamento militar. Una jugada impecable que viene a demostrar, fehacientemente, que la pluma puede más que la espada.
Capitalizando un idioma se produce algo más que un hecho diferencial: se crea una etnia, y en esa pertenencia lo demás rueda solo. En la década de los ochenta la Generalitat impulsó una campaña lingüística a favor del catalán en la que aparecía una chiquilla de doce o trece años, vestida de forma simple y un tanto informal, que se llamaba "Norma". La Norma, sin que casi nadie se diera cuenta, era el mensaje cifrado del desembarco (como aquella "late mi corazón con monótona languidez" en Normandía). Aquel pretexto filológico tan respetable contenía el pistoletazo de salida.
Yo, que he andando muchos caminos, sí, como decía Machado, puedo concluir que todos somos lo mismo y que lo único que nos diferencia es la generosidad aleatoria que la Madre Naturaleza nos ha otorgado en particular a cada uno. Más allá están las coyunturas y las circunstancias que nos toca vivir en cada momento o en cada lugar, pero en cuestión de mentalidad emocional todos nos parecemos mucho, desde un pastor zamorano hasta un empresario de la Garrotxa. Lo que hoy, en medio de este delirio separatista, los hace diferentes a ambos es su forma de hablar, su idioma elevado al rango de armamento.
Nunca apoyaré el independentismo, entre otras razones de orden moral, porque preferiría un mundo sin fronteras en el planeta, y porque mi desideratum sería conocer y hablar todas las lenguas existentes, incluyendo el latín, para sentirme en familia bien fuera en Nueva Caledonia o en Terradillos de Templarios. Así no podrían usarse las lenguas como desconcierto y arma en un Babel caótico.
La foto que ilustra este post no corresponde al norte de Girona, sino al norte de Tenerife. Todo se parece y todos nos parecemos.