viernes, 27 de octubre de 2017

El arsenal vernáculo



En mi tierra, Catalunya, todo seguirá, a pesar de la convulsión epiléptica que ahora padece, pero el dolor de la circunstancia me traspasa. Así me siento cuando otro tipo de incertidumbre, distinta de la baboseada incertidumbre financiera, se cierne  sobre el pasado , el presente, y el futuro de  un pueblo atrapado en la jaula de un idioma que, unos cuantos, han subvertido para convertirlo en un arma poderosa y letal. La piedra angular es la lengua, así de simple.

Ni yo mismo, absolutamente bilingüe, pude nunca imaginar que la intrínseca belleza del catalán contuviera tal arsenal de pólvora y pertrechos bélicos, hasta el punto de haberlo avituallado con mis modestas composiciones musicales en lengua vernácula. Con ese tributo, cuasi romántico y sin saberlo, he puesto mi granito de arena en la gran muralla que hoy amenaza con separarnos, o mejor, que ya nos separa. Lo que parecía un valor añadido de cultura no era otra cosa que la cuestación humilde y popular al equipamiento del ejército del odio. Así lo han camuflado siempre  ciertas mentes mesiánicas y alienantes que han gestado este engendro de conflicto. Hay que reconocer que  sus aviesas intenciones salían muy baratas, fuera de toda sospecha golpista  y sin el peligroso ejercicio de comprar y acumular armamento militar. Una jugada impecable que viene a demostrar, fehacientemente, que la pluma puede más que la espada.

Capitalizando un idioma se produce algo más que un hecho diferencial: se crea una etnia, y en esa pertenencia lo demás rueda solo. En la década de los ochenta la Generalitat impulsó una campaña lingüística a favor del catalán en la que aparecía una chiquilla de doce o trece  años, vestida de forma simple y un tanto informal, que se llamaba "Norma". La Norma, sin que casi nadie se diera cuenta, era el mensaje cifrado del desembarco (como aquella "late mi corazón con monótona languidez" en Normandía). Aquel pretexto filológico tan respetable contenía el pistoletazo de salida.

Yo, que he andando muchos caminos, sí, como decía Machado, puedo concluir que todos somos lo mismo y que lo único que nos diferencia es la generosidad aleatoria que la Madre Naturaleza nos ha otorgado en particular a cada uno. Más allá están las coyunturas y las circunstancias que nos toca vivir en cada momento o en cada lugar, pero en cuestión de mentalidad emocional todos nos parecemos mucho, desde un pastor zamorano hasta un empresario de la Garrotxa. Lo que hoy, en medio de este delirio separatista, los hace diferentes a ambos es su forma de hablar, su idioma elevado al rango de armamento.

Nunca apoyaré el independentismo, entre otras razones de orden moral, porque preferiría un mundo sin fronteras en el planeta, y porque mi desideratum sería conocer y hablar todas las lenguas existentes, incluyendo el latín, para sentirme en familia bien fuera en Nueva Caledonia o en Terradillos de Templarios. Así no podrían usarse las lenguas como desconcierto y arma en un Babel caótico.

La foto que ilustra este post no corresponde al norte de Girona, sino al norte de Tenerife. Todo se parece y todos nos parecemos.

lunes, 16 de octubre de 2017

Paseo de la Vida, s/n: Si no amanece....dialogamos

Paseo de la Vida, s/n: Si no amanece....dialogamos: Diálogo. ¿Pero que diálogo? ¿El del sí o sí? ¿El del cómo y cuando? Ningún diálogo puede apoyarse en la ruptura unilateral de ...

Si no amanece....dialogamos





Diálogo. ¿Pero que diálogo? ¿El del sí o sí? ¿El del cómo y cuando? Ningún diálogo puede apoyarse en la ruptura unilateral de las leyes democráticas establecidas. A eso, concretamente, se le llama sedición. Por más que una parte, y solo una parte que además no alcanza ni la mitad de los ciudadanos de Catalunya, haya emitido su opinión a favor de la independencia en un referéndum fraudulento y carente de todas las garantías, el Govern de Catalunya no tiene ninguna fuerza moral para exigir un diálogo dirigido a fracturar una realidad consolidada en un Estado de Derecho. Es un ejemplo palmario de un gran absurdo intelectual, que en román paladino  equivaldría a una gran "tomadura de pelo".

Por más que los tiempos que ahora vive el mundo en general se hayan vuelto menos rigurosos, en aras de una supuesta humanización de los usos y costumbres sociales, lo del  Ejecutivo catalán traspasa la falta de cordura ampliamente. Ninguna referencia, desde su sede, al delito de saltarse,  de manera reiterativa, las leyes nacionales y las propias de su Parlament, algo que es consustancial a todo aquel que comete cualquier tipo de delito: violo lo prescrito para obtener mi fin. Así que descartado ese sentido ético de la conducta todo lo demás huelga: es ilegalidad. Todo ser humano puede cometer actos delictivos, está en su propia naturaleza, pero quien ya los ha cometido flagrantemente es muy probable que reincida. Esto se sabe desde que el mundo es mundo.

Mi visión del problema es multifactorial, ya que no en vano soy catalán y he vivido la mitad de mi vida en Barcelona. Siempre hubo, sectorialmente, un rechazo a lo español y críticas despiadadas a los venidos de fuera, pero se mantuvieron en una equidistancia de convivencia fáctica. El horror al forastero fue una característica de las comunidades antiguas desde su establecimiento social, es decir, desde las cavernas. Con el eufemismo de xenofobia se han rebautizado estos fenómenos desde hace unas décadas aunque significando lo mismo: rechazo hacia aquellos que no tienen patente de corso tribal. Este sentimiento se ha amplificado con el otorgamiento, legal y democrático, de competencias políticas y administrativas. Pero todo ello no es la única causa. Hay más.

El "procés", intencionadamente, se ha ruralizado, haciéndose mucho más virulento fuera de los grandes núcleos urbanos donde persiste, de forma natural, un relativo aislamiento primitivo. Ya escribía sobre eso Josep Plá (denostado por los independentistas aunque sin duda la más lúcida pluma de las letras catalanas) y advertía de los atavicos payeses (Véase Viaje a pie). La generación siguiente, en gran parte, abandonó el campo y se estableció en las ciudades. De aquellos polvos estos lodos. Toda esa precariedad intelectual, desconfiada y torticera, dio un fruto nuevo, menos tosco pero igual o más resentido. Con el advenimiento de la modernidad, con la mejora del nivel vida, esas semillas ancestrales han brotado y crecido en un escalón superior, en los tiempos de la abundancia, pero sin dejar de mantener los perjuiciosétnicos.  Resultaría ocioso investigar en los orígenes, más o menos recientes, no solo de los conductores del secesionismo sino de los palmeros que les jalean para concluir que  se trata de una adoctrinada revolución campesina.

Por último aprecio en todo este desaguisado un componente de neurosis colectiva.  En concreto parece existir un contexto sediento de aventura dentro de una sociedad avanzada pero plana emocionalmente en donde nunca pasa nada que excite el super yo del subconsciente y en la que el hartazgo de ocios y pasatiempos ha desquiciado a ese sector que busca a toda costa algo más potente que hincarse en vena para obtener placer. Rozando la locura.

Curar este patología no es nada fácil. No hay medicación específica, en términos figurados, ni tratamiento quirúrgico erradicador aplicable para sanar este desafío. La evolución es imprevisible, como en toda enfermedad infrecuente, ya que el concierto de las naciones occidentales está por las uniones y no posee experiencia suficiente en el manejo de separatismos. No quiero pecar de reduccionista y permanecer esperanzado en que la normalidad institucional, al amparo de las leyes, resuelva la cuestión. Hay un problema que no es baladí y sí preocupante. Quizás sobran todos los políticos, de ambos bandos, para resolverlo y solo los ciudadanos sean capaces de poner fin a la pesadilla. Veremos de que forma.