Hace algunos años detecté, observando a las personas, una
actitud atípica e incómoda que cíclicamente se produce según el estado de ánimo
colectivo. El hábito en cuestión es el
de pararse a conversar en el dintel de las puertas impidiendo así el acceso de
quienes quieren atravesarlo. Curioso. Dicho está que las puertas cerradas
guardan pero las abiertas están para franquearlas y ejercer la libertad del
tránsito. Me da que pensar esta observación antropológica, casi ritual, cuando
los tiempos son difíciles. Por más espacio que exista a ambos lados de la
puerta el grupo se sitúa en medio, obstaculizándola. En verdad no sé exactamente
a que corresponde esta costumbre, ni cuáles son los vericuetos de dicha
conducta, pero he constatado que se da en tiempos de regresión. Lo óptimo es dejar el paso libre y expedito,
útil a los movimientos y desplazamientos, y ahora sucede lo contrario.
Enigmático
He barruntado que cuando hay demasiada ociosidad, es el
caso de nuestra sociedad, podría propiciarse el fenómeno. También ser a causa de una exaltación del abuso de
derecho a permanecer donde a uno le dé la gana. Tal vez por desconsideración
hacia los que nada tienen que ver con el grupo congregado. Incluso como mecanismo reivindicador de
quienes obstruyen. A lo mejor por miedo a ser invadidos por enemigos que
accedan a través del dintel. Si son cuestiones cavernarias no lo sé.
Probablemente sea consecuencia de todo lo anterior en comjunto. Entonces vamos
mal. Será que en el desespero colectivo emergen reacciones atávicas,
ancestrales, esas que el filo de los siglos y su civilización fueron
desbrozando poco a poco hasta presentar un código de buenas maneras y
convivencia liso y universal. Pues ya vemos, que no, que vuelta atrás.
Esta observación de campo
personal no tiene ningún rigor científico, cierto. Pero reparen en ello, ya lo comprobarán. Algo significa.