"Voy a llevarte esta noche a bailar al Bellamar", eso pensaba yo con 11 años aquel verano del 62 en Premiá de mar. La muchacha nunca escuchó esta propuesta, porque en esa etapa de la vida solo se construyen deseos que quedan para siempre en un rincón del corazón para sobrevivir a lo tangible. El Bellamar, en la playa y junto a las vías del tren., ha quedado en la memoria de muchos como un lugar de referencia sentimental y nostalgica, como una advertencia de la aleatoriedad de la vida, ya que al cumplir cincuenta años (esa fue la concesión otorgada en 1948) la maquinaria estatal lo derrumbó haciéndolo desaparecer, fisicamente, para siempre.
Dicen que hasta una noche actuó Antonio Machín, y entre canciones y susurros, durante medio siglo, se enamoraron muchas parejas. Seguramente por eso ha ido creciendo su leyenda urbana, tan romántica que hasta yo mismo la percibí en mi preadolescencia. Todos los días de aquel verano, al llegar a la playa, contemplaba su aspecto seductor, como un reclamo de sensualidad mediterránea, y los domingos por la tarde, desde sus aledaños, se escuchaba a la orquesta interpretando "Bésame mucho" o "La vie en rose" con ese ritmo deliuescente que reverberaba en el aire sereno del atardecer.
Todos hemos tenido nuestro planeta de amor inexplorado, y el mío fue el Bellamar. No está nada mal encomendarse a su advocación romántica, como si de un virtuoso lugar se tratase. A fin de cuentas el amor es algo divino y humano.
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