En Barcelona, hace pocos días, rescaté un estampa entrañable de mi niñez. Empezaba a caer la tarde bajo un cielo nublado que dominaba las alturas y envolvía las calles con su aliento húmedo y neblinoso, Parecía como si el tiempo hubiese aminorado su marcha y dado la vuelta para torcer, en la primera esquina, hacía un pasado extraviado en los recuerdos, En esas, me dirigí hacía las Ramblas caminando sin prisas entre la gente que no abarrotaba las aceras ni vociferaba en mil lenguas extranjeras, sino que, mansamente y casi sin hacer ruido, iba y venía como si de figurantes de una película se tratase. Los comercios, tenuemente iluminados (y que yo veía en blanco y negro), exhibían los motivos navideños, aquellas impertérritas lucecitas destellantes que latían como corazones de 125 voltios,. Deambulando con lentitud me abandoné a una ensoñación itinerante, y al pasar frente a la Sala Parés descubrí que tras los cristales colgaba un cuadro del que fue uno de los grandes impresionistas y al que tan solo le faltó un pequeño detalle para brillar en lo más alto: tener la nacionalidad francesa. Era de Joaquín Mir. Extasiado por su perspectiva del color me detuve unos instantes y proseguí la marcha. Al llegar al Plá del Liceu alcé la vista y observé los grandes ventanales del Club que filtraban la luz dorada de sus imponentes lámparas tras las cortinas. Un halo de esplendor irradiaba desde su interior, de magnificencia, por más que una pátina de elitismo vistiera de frac aquellos grandes salones (renacidos de sus cenizas). Me daba igual que todo ese poderío ahora fuera cuestionado, porque la belleza de un lugar no tiene más color que el de su arte. Tomé esta foto y, a fuego lento, calenté mi nostalgia. La ciudad, mi ciudad, me había felicitado las pascuas. Luego descendí a los infiernos, o sea al Metro. se me tragó la tierra, y este cuento, de Navidad, se acabó.
Os deseo muy Felices Fiestas y un próspero Año 2020, a los que estáis entre nosotros y a los que vi pasar esa tarde por allí, de nuevo, aquellos que me llevaban de la mano hace sesenta años.