martes, 16 de abril de 2019

El Hôtel-Dieu y Nôtre Dame





Una agradable tarde de septiembre, hace  cuarenta años, me encontraba sentado en un banco frente a la catedral de Nôtre Dame. Su imponente fachada lo presidía todo, como el mismísimo Dios hecho piedra, hasta el punto de mantenerme embelesado. De pronto uno de mis acompañantes me indicó señalando a mi espalda lo que había detrás: el Hospital Hôtel- Dieu. Allí se alzaba, bajo la divina mirada de la catedral, un sobrio edificio sin filigranas ni fulgores que no era sino uno de los hospitales más antiguos del mundo en funcionamiento. Habían pasado casi mil trescientos años y sin embargo mantenía su compostura y su actividad, una grandeza oculta a la sombra del templo majestuoso que ayer tristemente ardió. Pasé un buen rato contemplándolo y discurriendo acerca de cuantas vidas y cuantas almas habían pasado por sus salas, por sus quirófanos, por sus consultas, y me perdí en una fantasmagórica recreación en el tiempo.  Concluí mi ensoñación con un pensamiento de admiración absoluto mientras los últimos rayos de sol ponían notas a la sinfonía de colores que ofrecía el rosetón de Nôtre Dame. El Sena fluía alrededor de la isla como un abnegado sirviente lavando los pies  de sus señores  mientras las gabarras y el bâteau-mouche vigilaban, en sus idas y venidas,  esos sagrados lugares. La conjunción de lo divino y de lo humano, de la gloria y del dolor, se sumaban en una misteriosa fuerza que  emanaba sigilosamente del lugar hasta ayer, quince de abril. 

Todo se puede interpretar y de muchas formas distintas aunque  hoy solo se admita la evidencia científica, pero en la intimidad de cada ser hay muchas posibilidades de razonar  a gusto propio y librarse de la tiranía de lo materialmente demostrable, Tal vez esa propiedad sea  la única (e inexpugnable)  posesión de toda persona,  y ha sido a su través como he elucubrado sobre la lección de la catástrofe de Nôtre-Dame., una sensible pérdida patrimonial y cultural pero sobre todo  una clamorosa advertencia dirigida a nuestro mundo actual. A mi entender ha ardido un símbolo reconocible de lo espiritual por encima de lo religioso y en sus aledaños la mirada llorosa del hospital  así lo atestigua, 

Los accidentes forman parte del devenir de cualquier elemento tangible, desde los seres vivos hasta los objetos inanimados, pero también del inframundo sobrenatural. El incendio de esta belleza artística es un aviso angustioso sobre el rumbo materialista exclusivo que ha secuestrado de forma universal  a las sociedades que componen nuestro mundo. No se trata, ahora, de hacer apología de la fe religiosa sino de reflexionar muy seriamente acerca de la dimensión espiritual que está siendo erradicada por la concepción utilitarista de la vida y que se ha instalado en el pensamiento general  como alternativa única hacia el futuro. Es, creo yo, un camino equivocado, el mismo error historicista que el de las Iglesias en su afán de monopolizar una única  razón de vivir para todos los fieles. Si el advenimiento de la Ciencia y del progreso tecnológico salvó hace doscientos años al mundo de una deriva autolítica exterminadora ahora se necesita de forma perentoria un fuerte avance en el desarrollo del pensamiento, capaz de incorporar recursos éticos a nuestras vidas de forma paralela a la imparable evolución material.  Esa es la lección ayer aprendida: hospital triste viendo arder el templo.

Toda la simbología religiosa ha ayudado mucho. durante siglos, al mundo, predicando conceptos morales indiscutibles y absolutamente necesarios para estructurar la convivencia social, pero su argumentación pedagógica ya ha declinado, aún manteniéndose impecables sus principios. Es tiempo de volver a creer en esos mismos valores  con otros prismas de entendimiento. Admiro la labor ejemplarizante y filosófica de las religiones que durante miles de años han trabajado por elevar el rango del ser humano más allá de sus primarias voluntades, pero su método ha quedado obsoleto, me lo sugiere  Nôtre Dame: arde el contenido y resiste el continente (aún perdiendo algunas partes),  A su lado, como un fiel compañero, resiste el Hôtel-Dieu. Ambos deben seguir juntos.