domingo, 20 de agosto de 2017

Lazos negros




Es una de plagas que nos toca sufrir en estos tiempos, aunque no la única. Siempre hay, en todas  las épocas, avatares sangrientos que duelen y hacen mucho daño sin que los seres humanos nos acostumbremos a ellos por más que se repitan, a veces hasta la saciedad. No existe inmunización contra el terror, y ese rechazo perpetuo y colectivo puede ser una de las virtudes más elevadas de las personas. Las guerras son otra cosa (aunque el terrorismo también es una guerra). Se entra en ellas en nombre de un país (justificada o injustificadamente) como acción extrema de una sociedad. Esa es la gran diferencia. Con estas nos suelen engañar pero con el terrorismo nunca. Matar es un acto repugnante en todo caso, incluso en defensa propia, aunque suponga la activación  "in extremis" del instinto de conservación. Sin embargo, el terrorismo es una gratuidad macabra que no admite excusas, por más que algunas mentes bochornosas lo traten de justificar incluso dentro del bando ofendido y aún condenando su realización. Son gentes desafectas y carentes de alguno de los órdenes naturales que la inmensa mayoría de los humanos llevamos en los genes, más allá de las impregnaciones filosóficas o religiosas  adquiridas a lo largo de milenios.

En las Ramblas y en Cambrils, el pasado jueves,  se produjo una violación execrable del derecho inalienable a la vida de las gentes a manos de unos elementos indignos de llamarse hombres, ni de llamarse animales siquiera (estos tienen bastante más ética de lo que suponemos que los asesinos). La esencia de este Mal, con mayúscula, obedece a una quimera repulsiva: apoderarse del mundo  para esclavizar a la especie humana bajo el yugo  de una teocracia dictatorial. Ya tuvimos una lección horrible en el siglo XX, cuando el nazismo intentó lo mismo, por otros medios, sin conseguirlo. De lo que no estoy tan seguro es de que  estos islamistas radicales no lo vayan a conseguir, a base de tiempo y de paciencia, salvo que todos al unísono pasemos a la concienciación real de ese peligro.

Dado que esto no es una guerra convencional, y de que no hay posibilidad de contrarrestar con armas bélicas la clara ofensiva, debemos pasar a otro tipo de acción: sin dejar de hacer con normalidad nuestras vidas hemos de mantener los ojos muy abiertos ante toda sospecha enemiga e informar a las fuerzas y cuerpos de seguridad. No se trata de un espionaje político, sino de una  acción  lícita y necesaria para protegernos entre todos. El cerco policial y la vigilancia, que me consta son firmes y continuados, no son suficientes. Todos hemos de ayudar y poner en alerta lo extraño y anómalo relacionado con esta ofensiva. Tampoco se trata de discriminar a los musulmanes ni de invadir sus vidas o sus actividades, nada de eso, sino de comunicar lo atípico o lo anómalo a las autoridades, y no solo acerca de esa respetable etnia  sino de cualquier circunstancia insólita proveniente de quienes quiera que  sean.

Los minutos de silencio, las oraciones, las banderas a media hasta, y los lazos negros, son símbolos necesarios de dolor y condena pero no suficientes. Si hemos incorporado a nuestras vidas la lectura repetitiva de las pantallas de nuestros móviles, varias veces al día, no parece imposible que dediquemos algunos minutos a mirar alrededor de nuestros pasos cotidianos e interpretemos lo que vemos. También vale como higiene mental y conexión (inalámbrica y gratuita) con nuestro entorno.

Ruego por todas y cada una de las víctimas de este atentado.