Lo que puede llegar a transformarse, y también a degenerarse, la personalidad y la propia psicología de las personas resulta casi increíble, cuando estos seres se encuentran influidos y sujetos a un entorno potente que les mete en una dinámica especifica de utilitarismo, es decir, que les exige sin cesar un rol determinado y no siempre apetecido. La sociedad, el mundo, la Historia, están llenos de millones de ejemplos. En cercanía, los más esperpénticos, que no los únicos, son los políticos, las figuras mediáticas, o los famosos. Pero sin duda el proceso nos alcanza, en mayor o menor medida, a todos. Me viene a la memoria una anécdota puntual, al respecto, de hace unos años.
Paseaba un sábado de agosto por las elegantes calles de Bagnères de Luchon, en el Pirineo francés, y en estas que me fui cruzando con un grupo de futbolistas que volvían caminando a paso lento hacia su hotel, con sus equipamientos de entrenamiento, algunos embarrados tras la supuesta dura sesión. Eran jugadores del Lleida, que entonces militaba en Primera División, realizando su stage de pretemporada en un lugar de aire puro buen clima y altitud. Me llamó poderosamente la atención el caminar de algunos de ellos, bastante desgarbado, fruto de una peculiar deformidad que se da en algunos profesionales del fútbol: las tibias varas, arqueamiento anómalo de las piernas. En uno de ellos resultaba hasta grotesco, pero lo evidente es que estaba en plantilla y seguramente era uno de los puntales del equipo. Gajes del oficio, como suele decirse, pero lo cierto es que el continuo ejercicio a máxima intensidad, para dar patadas a un balón, defender o meter goles, le habían doblado una parte de su anatomía y convertido en un perfil desaliñado muy similar al de las mujericas que sufren la enfermedad de Paget. Y eso quedaba para siempre.
Algo mucho peor que las secuelas de la alta competición sucede en el orden mental de quienes se exponen, voluntariamente, al mundo de la notoriedad. La carrera por la ambición, o por la consecución de objetivos codiciados, deforma la solidez mental de la mayoría, hasta lo terrible en ocasiones. Cuando menos les priva, para siempre, de un paso elegante en lo humano y en lo ético. No pueden pisar bien y andan mal por lo coherente y por lo sensible. Es posible que en su cama, tapados y antes de dormirse, recuperen un sueño de honestidad y de humildad entrañable, pero en cuanto ponen en pie su cerebro y se relacionan con amigos o rivales, exhiben la fealdad de un discurso taimado y deforme causado por el rol incesante a desempeñar. ¿No sería posible, en lo anímico y en lo mental, mantenerse en un estado saludable y sin deformidades?. Posiblemente sí, pero ello requiere un plus de intelectualidad moral que supone una especie de ejercicio de recuperación post-esfuerzo, un regreso a la normalidad colgando el ropaje de la notoriedad. Lamentablemente, la mayoría de estas gentes no están dispuestas a ese esfuerzo reparador. Prefieren que se les deforme la mente y seguir viviendo de su oportunidad alejados de la llaneza humana más elocuente. Se convierten en seres patológicos sin remisión. Una pena, porque además nos afecta a todos. Lo de esos chavales del fútbol no es nada, solo un símil. Lo peor está en el arqueamiento mental de los nos gobiernan o toman decisiones por nosotros, esos “notables deformados”.