domingo, 27 de febrero de 2011

TIBIAS VARAS




Lo que puede llegar a transformarse, y también a degenerarse, la personalidad y la propia psicología de las personas resulta casi increíble, cuando estos seres se encuentran influidos y sujetos a un entorno potente que les mete en una dinámica especifica de utilitarismo, es decir, que les exige sin cesar un rol determinado y no siempre apetecido. La sociedad, el mundo, la Historia, están llenos de millones de ejemplos. En cercanía, los más esperpénticos, que no los únicos, son los políticos, las figuras mediáticas, o los famosos. Pero sin duda el proceso nos alcanza, en mayor o menor medida, a todos. Me viene a la memoria una anécdota puntual, al respecto, de hace unos años.


Paseaba un sábado de agosto por las elegantes calles de Bagnères de Luchon, en el Pirineo francés, y en estas que me fui cruzando con un grupo de futbolistas que volvían caminando a paso lento hacia su hotel, con sus equipamientos de entrenamiento, algunos embarrados tras la supuesta dura sesión. Eran jugadores del Lleida, que entonces militaba en Primera División, realizando su stage de pretemporada en un lugar de aire puro buen clima y altitud. Me llamó poderosamente la atención el caminar de algunos de ellos, bastante desgarbado, fruto de una peculiar deformidad que se da en algunos profesionales del fútbol: las tibias varas, arqueamiento anómalo de las piernas. En uno de ellos resultaba hasta grotesco, pero lo evidente es que estaba en plantilla y seguramente era uno de los puntales del equipo. Gajes del oficio, como suele decirse, pero lo cierto es que el continuo ejercicio a máxima intensidad, para dar patadas a un balón, defender o meter goles, le habían doblado una parte de su anatomía y convertido en un perfil desaliñado muy similar al de las mujericas que sufren la enfermedad de Paget. Y eso quedaba para siempre.


Algo mucho peor que las secuelas de la alta competición sucede en el orden mental de quienes se exponen, voluntariamente, al mundo de la notoriedad. La carrera por la ambición, o por la consecución de objetivos codiciados, deforma la solidez mental de la mayoría, hasta lo terrible en ocasiones. Cuando menos les priva, para siempre, de un paso elegante en lo humano y en lo ético. No pueden pisar bien y andan mal por lo coherente y por lo sensible. Es posible que en su cama, tapados y antes de dormirse, recuperen un sueño de honestidad y de humildad entrañable, pero en cuanto ponen en pie su cerebro y se relacionan con amigos o rivales, exhiben la fealdad de un discurso taimado y deforme causado por el rol incesante a desempeñar. ¿No sería posible, en lo anímico y en lo mental, mantenerse en un estado saludable y sin deformidades?. Posiblemente sí, pero ello requiere un plus de intelectualidad moral que supone una especie de ejercicio de recuperación post-esfuerzo, un regreso a la normalidad colgando el ropaje de la notoriedad. Lamentablemente, la mayoría de estas gentes no están dispuestas a ese esfuerzo reparador. Prefieren que se les deforme la mente y seguir viviendo de su oportunidad alejados de la llaneza humana más elocuente. Se convierten en seres patológicos sin remisión. Una pena, porque además nos afecta a todos. Lo de esos chavales del fútbol no es nada, solo un símil. Lo peor está en el arqueamiento mental de los nos gobiernan o toman decisiones por nosotros, esos “notables deformados”.

sábado, 12 de febrero de 2011

Juan Antonio Guirado






Hoy, trasteando por Internet, he buscado noticias de mi amigo Juan Antonio y he descubierto que falleció en julio del año pasado. Una gran pena y una gran pérdida, porque él era un genuino de la pintura, un singular e irrepetible. Pero también era muchas cosas más.

Le conocí en Lanzarote en 1985, a través de su compañera, Lali, quien trabaja como anestesista en el hospital Virgen de los Volcanes, yo como cirujano. Con Juan surgió una empatía inmediata. Su extroversión y su transparencia vital me cautivaron, máxime tratándose de un hombre de gran talento y lleno de arte en estado puro. Tal vez esa grandeza explicaba esa sencillez y predisposición, y tal vez por eso cuando supo que me gustaba la pintura me ayudó a pintar mi primer cuadro: un paisaje de la Gería. Nunca olvidaré como me sugería como me dirigía mientras yo trataba de manchar el lienzo, Unos días antes me había acompañado a la tienda para comprar un caballete, un lienzo, pinturas y pinceles, y hasta escribió una dedicatoria en el reverso del caballete, que por supuesto aún conservo y utilizo. Pero además de iniciarme, y hasta de aconsejarme de que me dedicase a la pintura (cosa que no hice por falta de fe en mis supuestas cualidades), descubrí a un hombre integramente espiritual. Me habló de la muerte como una simple puerta que se traspasa sin horror, que él ya había estado varias veces en este mundo, que la paz era el gran activo del alma. Me impresionaba, sí, pero mi adscripción terrenal limitaba el convencimiento. Hasta una tarde en la que Lali me telefoneó, bastante asustada, porque Juan había sufrido un infarto y se encontraba ingresado en una habitación de Medicina Interna. Llegué raudo al hospital y, en efecto, el electrocardiograma y la analítica lo confirmaban sin dudas pero...su aspecto y su estado de ánimo lo desmentían. Nunca vi cosa igual, era como si el percance estuviera fuera de él, hasta el punto de que se incorporó de la cama para buscar algo que darme, creo que un boleto de la Primitiva para que se lo llevase a sellar, y en aquel momento el monitor registró una salva de extrasístoles temibles. El grito de Lali fue inmediato y mi angustia al unísono, pero él seguía a lo suyo sin inmutarse, sin sentir alteración alguna, desdeñando nuestro horror. Increíble pero cierto.

Al cabo de unos meses yo dejé Lanzarote y nos mantuvimos en contacto unos años. El volvió a Los Villares y más tarde a Mojácar, según he leido en el obituario. Le he recordado muchas veces, sobre todo por su autenticidad pictórica y su creencia profunda en el Ser Superior que a mi se me hacía difícil de entender y a él muy fácil. Con él pude compobar que existen seres inmensamente profundos mucho mas allá de nuestra cicatería mental, que son mucho más libres, mucho más amables, y mucho más sensibles que la mayoría a la que pertenezco.

Pero lo insólito, lo misterioso, es que Juan moría un día de julio de 2010 y ese mismo día yo entraba a visitar el convento de La Porciúncula, en S'Arenal (Mallorca), (véase una referencia anterior en este blog personal), y ese día sentí un extraño soplo de fe. Un año antes, en 2009 pasé una semana en el Cabo de Gata y estuve muy cerca de Mójacar (yo sin saber que el residía allí), y lo mas sobrecogedor es que esta mañana...antes de conocer la noticia... he estado tratando de escribir unos versos para una canción sobre pintores. Me da que pensar todo esto.