miércoles, 22 de abril de 2020

Sin primavera





No solo "nos han robado el mes de abril", sino la primavera entera. Seguramente estaba escrito en alguna parte que este año faltarían las ruidosas golondrinas del atardecer revoloteando sobre los tejados, y esa estampa de lugareños ocupando el ágora de las plazas cuando la luz del día todavía permanece en el cielo. Como todo nacido en primavera mantengo una relación de amor y odio con ella que se debate sin  vencedor ni vencido esos meses señalados en los que nacen los monos y el aire se espesa con el maná del polen. Ha sido en esta estación climatológica en la que , aunque pocas veces, he enfermado de verdad, con alguna gripe terrible que torturaba mi cuerpo y mi alma a través de la fiebre.  Para mí, las primaveras, son períodos básicamente estéticos, no muy emparejados con la felicidad, cuya explotación monopoliza, desde siempre, el verano. Por si fuera poco, ahora y en este caso, ignoramos si luce como en otras ocasiones o también ha quedado confinada.

Retrospectivamente, cuando paso revista a mi biografía, constato que además de esas gripes escalofriantes, en primavera he sufrido bastantes sinsabores emocionales. Por más que en pleno mes de mayo ella me diera la bienvenida al mundo hace un montón de años, no hemos hecho buenas migas. Y la cuestión no queda ahí, porque en medio de sus verdecidos emblemas luce el crespón negro de la Semana Santa, que jamás he asimilado positivamente. Ese receso funerario entre marzo y abril, en mi entorno,  ha significado un lapso insomne y advenedizo dentro de mi vida estudiantil y un castigo de inactividad perniciosa durante mi etapa profesional. ¡Cuánto odiaba llevarme los prolijos apuntes para aquellas  aburridas minivacaciones,  y qué descalabro asistencial sobre la programación acuciante del Servicio! 

 Abajo la primavera.

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