sábado, 25 de marzo de 2017

El escaparate



Estaba haciendo tiempo para tomar el tren y di un paseo por los pasillos comerciales de la estación. El trasiego de gente no cesaba, pero resultaban tan amplios los espacios que era casi posible aislarse del mundanal ruido de los viajeros y plantarse frente a cualquiera de los numerosos escaparates. Así lo hice, frente a una inútil exposición de artilugios para el descorche de vinos que recordaba, vagamente, a un tosco arsenal quirúrgico aunque más coloreado y endeble. Cosas del " merchandising" (o cómo quiera que se escriba). Pijadas, en roman paladino.

Tras los gruesos cristales divisé a un hombre, ya entrado en años, que también curioseaba las mismas fruslerías que yo pero desde el interior de la tienda. Reparé en su aspecto y me hice una instantánea composición de él. Hombre muy vivido, rictus serio, indumentaria nada ostentosa pero consistente Lo observé un poco más. Triste. A saber de qué tipo de tristezas.

Inclinó su cabeza para fijarse en un estuche repleto de accesorios y se quedó inmóvil. Se diría que había encontrado el artículo que buscaba, pero no, volvió a desviar su mirada con cierta desazón. Sin duda era un hombre poco motivado, al menos para esos géneros tan cursis.  Echó un ojo a  su reloj con presteza y metió sus manos en los bolsillos, cómo si algo le apremiara. Le miré al rostro con disimulo y percibí una expresión de hastío  tan profunda como la de un poeta que no encuentra la última palabra del último verso. Entonces sentí un escalofrío indescriptible. 

Ese hombre era yo, reflejado en los taimados cristales del escaparate.

sábado, 11 de marzo de 2017

¿Y si no fuéramos tan buenos?




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Puede que la maldad no sea más que la continuación de la desesperanza por otros medios, excusándome de parafrasear la semántica de Clausewicz,, y es que. acabo de comprender  que la aberración de la conducta surge como un meteoro imprevisto que arrasa el pequeño huerto de la existencia ajena para devastar sentimientos como el granizo hace con  los cultivos. No es retórica, Todos perdemos, en algún momento,  ese cabal pensamiento que nos insufla la estabilidad emocional, y lo mas extraño es que casi no depende del ser social en el que nos recocemos propiamente. Explotamos y agredimos sin proporcionalidad  impulsados por una misteriosa fuerza oculta y traicionera. No hace tanto he experimentado ese terrible vértigo que por ser irresistible nos atrae fatalmente al vacío. Toda una deleznable actitud, demoníaca para los espiritualistas, o en palabras llanas:  miserable. Si. Llegamos a ser miserables cuando nos abandona la esperanza  esencial  en nuestro camino vital.

De nada me sirve bucear en las ciencias psiquiátricas para buscar explicación patológica a este incendio como causa, porque no está en ningún genero de locura, ni siquiera en amargas reacciones ante la adversidad, ya que cuando se hace daño a alguien  se desparrama la única fortaleza genuina de nuestra especie: la confianza en uno mismo,

Romper con ese mágico aliado, en un momento dado, supone la gran derrota de nuestra entidad y noción del yo respetable y extinguir los derechos de la inocencia primigenia, esa que nos otorgamos justo en el momento de nuestro nacimiento, cuando el primer suspiro llena de esperanza nuestros pulmones como un bautismo, regalo de la Naturaleza, al ingresar en el mundo de los vivos.

Me temo que he vulnerado esa gracia, como otros muchos, tantos y tantos. Tal vez haya perdido parte
de mi ya precaria bondad, pero lo peor es que con las maldades se hace perder mucho más a quienes ofendemos.

¿Y si no fuéramos tan buenos como nos creemos?