sábado, 29 de enero de 2011

LAS TRES LLAMADAS


Ha hecho tres llamadas desde Schiphol. La primera a su hijo. La segunda a su amante. La tercera a su marido. El avión tiene una avería y han desembarcado a todo el pasaje. Le da detalles de la situación, al hijo. Pasan las horas y el avión no vuela, se cancela el vuelo de Vueling, valga la redundancia. La mujer es madura y obesa, lleva el pelo corto y viste de negro, cómo no. Ha perdido, negligentemente, su figura, su elegancia, su caché, en una diáspora de aplazamientos para la acción y los propósitos. Y así, en un letargo sedicioso, se ha rellenado de monotonía, kilos y kilos de redondez centrípeta e, inevitablemente, ha contraído un síndrome de amargura mórbida hasta que al fin se ha echado un amante en Flandes, para recibir un placer que se adivina de pocilga sudorosa, lejos de su casa, de su entorno, sin rastros ni pistas, en una clandestinidad casi perfecta. Casi. La segunda llamada es al amante, para comunicarle que queda un tiempo añadido al partido, que la llevan a un hotel con cargo a Vueling y que le apetece un último ataque a la heroica en busca del gol del empate, o algo así. La avidez de esa mujer no deja dudas, a pesar de que uno la hacía más morigerada, más hipotiroidea o más cristiana, a primera vista. Las maletas no aparecen en la cinta, son las secuelas de la modernidad. Desde la 15.30 la avería tiene en jaque y reclusión a 182 pasajeros y entonces, en ese hastío de laboratorio nazi, hace la tercera llamada, al marido. Escuetamente le cuenta lo de la cancelación, lo del vuelo al día siguiente y apostilla con un “así te dejo un día más de tranquilidad”. Y cuelga. Su rostro resplandece y la noche cae sobre el aeropuerto. Sin comerlo ni beberlo, por el mero hecho de estar allí he descubierto una procelosa circunstancia, o no tan procelosa, de cuernos. Pero el mundo sigue y las apariencias siguen engañando, y la infidelidad se sigue cotizando en bolsa, aún con crisis. A mi juicio esta historia no tiene nada de romántico, qué lástima, ni el mundo actual tampoco

sábado, 8 de enero de 2011

El huevo de la serpiente


He vuelto a ver la película de Ingmar Bergman (1977), y he vuelto a sentir una extraña angustia en el ambiente, sobre todo en el ambiente, que recrea el film. La Alemania de 1923, asfixiada por una profunda crisis económica, moral, y social, inicia la maligna gestación de un huevo de serpiente horrible. Pelicula bien interpretada y aún mejor dirigida, para mí una obra maestra. En ella destaca la sordidez de la desesperación individual y colectiva, que en definitiva son lo mismo. Tanto la ambientación, perfecta, como el guión responden al más alto nivel de realización de una cinta que contiene un testimonio crudo de esa etapa pre-nazi de Alemania. David Carradine (más conocido por la serie Kung-Fu) se adapta muy bien al papel, si bien resulta mas brillante la interpretación de Liv Ullman, extraordinaria. Todo se desarrolla con una clave de degradación ominosa de las personas, y aunque la crueldad de algunas escenas provocan el escalofrío, lo más inquietante puede resumirse en la frase que pronuncia "Manuela" al referirse a la situación en la que se encuentra toda la sociedad en esos momentos "...no tienen futuro". Es uno de los instantess mas demoledores de la película. Y la desesperanza se resume de la forma más cruda y espectacular en la secuencia en la que Manuela dialoga con un sacerdote católico al que le pide ayuda y perdón por sus culpas, y en la que finalmente es el sacerdote quien le pide perdón a ella por saber hacer más para consolarla. En la trama argumental subyace la experimentación humana, psicológica y farmacológica, horrores que mas tarde se llevarían a cabo masivamente durante el III Reich. En esas atrocidades iniciales, de lo que luego fue un exterminio masivo, no estaba alineada con claridad una opción política definida ni religiosa, sino que una execrable semilla de maldad megalómana se había instalado entre la debilidad y la fragilidad de un pueblo humillado y rodeado de miseria. Para reflexionar seriamente.

Aunque calificada como drama, la película es mas que un drama para alcanzar la desesperanza mas realista. Quien sea hipersensible que no la vea, aunque merece la pena para vacunarse contra el hedonismo actual. Y como, acertadamente, dijo Niechtze: "las cosas más extrañas e insólitas...en el infinito...suceden infinitas veces. Mucho cuidado.

lunes, 3 de enero de 2011