lunes, 18 de febrero de 2019

El permiso

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Me dirijo  a las dependencias de Urbanismo para obtener un permiso de obra menor, a adquirir algo, a comprar.  Atravieso el control de seguridad y pregunto. Me indican una puerta y allí guardo una pequeña cola. La funcionaria no me tramita el permiso, me entrega tres impresos ("para que le hagan la valoración") y me indica otra puerta, al otro lado del oceánico hall. Entro y saco número de turno. Relleno los impresos con la suerte de llevar un bolígrafo encima. Me siento y aguardo. Pasan los minutos y por fin me toca a mí. Otra funcionaria, por fin, gestiona el trámite. Me pide los documentos, uno a uno, y comienza, torpemente, a introducir en el ordenador  los datos manuscritos que he consignado con pausas operativas (será lo lento que va hoy, o siempre, o ella). Finaliza sus actuaciones y entonces estampa tres sellos. Suspiro, pero el asunto no ha terminado, Me remite al pago, en caja, en otra puerta, saliendo a la derecha. La sección, esa si, está perfectamente identificada; CAJA, siendo además la única que luce rótulo. Vuelvo a sacar número, y vuelvo a sentarme. Me toca. Entrego los papeles timbrados, 34,60 €. Pago con tarjeta, inmediato. El administrativo pone otro sello y  estampa una firma ilegible ( trazos dignos de estudio psiquiátrico). Pero el periplo no ha concluido. Debo acudir al punto de partida, a la primera puerta. De nuevo mi vieja conocida recoge la documentación y me da otro número de turno. Ya han pasado 47 minutos (¿y qué son  47 minutos en la vida de un ser humano?). Trato de relajarme y pensar en cosas bonitas, pero nada positivo acude a mi mente esa mañana de invierno. Un sin fin de puestos de oficina, equipados y silenciosos, se encuentran frente a mí. Llevo el A046, un dato que no ofrece pistas de espacio-tiempo. Curioseo el móvil. consulto los titulares, y me percato de que casi todos, los que esperamos, hacemos lo mismo. Empiezan a levantarse de sus puestos algunos funcionarios (debe ser la hora del desayuno reglamentario, indiscutible, innegociable, la gran conquista del legado eterno de Sacco y Vanzetti) Ya me he leído los titulares y un artículo de fondo. Una hora y diecisiete minutos cuando anuncian mi turno. Esta vez me atiende una señora o señorita joven pero igualmente torpe con el ordenador que teclea con los índices, sobre todo con el derecho. El evento bien podría haber inspirado la novela de Milan Kundera: La lentitud. Imprime varios folios, vuelve a imprimirlos y  por fin, por fin, pone otros dos sellos. Sin comunicación verbal me los entrega y escuetamente dice: seis meses. ¿Cómo?.  Que tiene seis meses para ejecutar la obra. 
Recupero el aliento.

Salgo a la niebla de la calle. Una hora treinta y tres minutos. Todo un record para la Era digital en la que vivimos. Habrá que consolarse al entender que se trata del concepto aplicado de redistribución social de la riqueza, tan en boga y tan presupuestado. ¿Qué sería, si no, de esos probos funcionarios? ¿ Cómo y con qué se ganarían la vida?. Una vergüenza. 

Doy gracias al Cielo por no tener que seguir los mismos trámites para adquirir  un billete de avión o un recambio de la Rumba por Amazon. ¿Hasta cuando esta burla morbosa de las Instituciones Públicas hacia los ciudadanos? 
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miércoles, 13 de febrero de 2019

Verano de 1975




Trato de conciliar aquel verano de 1975 pero me resulta imposible, cuando me llevaron a Madrid para cumplir el segundo ciclo del Servicio Militar. Probablemente fue una de mis circunstancias vitales más inéditas y perturbadoras de cuantas me han ocurrido, aunque no la peor. Yo debía estar, salvo por ese imperativo legal de mozo español, disfrutando de las bucólicas montañas que orillaban la frontera francesa entre paisajes románticos y verdecidos, pero la llamada de la Patria impuso inefablemente su mandato. Allí, en ese enclave de Naturaleza privilegiada, por entonces no se notaba la disidencia independentista, o al menos no se expresaba a cara descubierta y en los términos avasalladores actuales Era otro tiempo más silencioso en el que las hegemonías estaban concentradas muy lejos de esos pagos, precisamente en el sitio al que, el Ejército, me había destinado,

Después de un larguísimo y sofocante viaje en tren llegamos a Chamartín, ataviados de uniforme y cargando con el petate. Todo estaba organizado, eso sí, con tosquedad. Formamos en columna de a dos en el andén y de allí, a paso maniobra, nos hicieron subir en unos GMC descapotados, A mi se me antojó que aquello debía ser la misma sensación que experimentan las reses en su viaje al matadero, aunque nuestro destino era otro.  Cuando los cochambrosos camiones se pusieron en marcha, en riguroso convoy militar, comencé a observar con mucha sorpresa todo cuanto aparecía ante mis ojos ya que era la primera vez que veía Madrid. La noche era tórrida y los paseos y calles estaban abarrotados de gente sudorosa que aplacaba la sed en los veladores. La luz del crepúsculo llenaba de añiles el cielo de poniente satinando con sus reflejos los altos edificios y las copas de los frondosos árboles en la vía pública. Todo era nuevo para mí, dolorosamente desconocido pero solo hasta cierto punto, porque al fin comprobaba "in situ" la existencia y esencia de esa metrópolis tantas y tantas veces  referenciada y omnipresente.


Alcé  la vista y columbré lujosos áticos con terraza, iluminados y concurridos. Ricos. Muchos ricos. Había muchos ricos en aquel oasis meseteño que parecía tener de todo y más, hasta soldados de reemplazo servidores y patriotas. ¿Patriotas? Dejemoslo  en  reclutados. Estaba transitando la fortaleza del Poder Nacional que se me aparecía como un enclave hostil e inexpugnable, cuajado de una pléyade de elementos conspicuos y amenazantes  Miles, o algún que otro millón de almas, agazapados a la sombra de un árbol gigantesco que tocaba el cielo carmesí en aquella noche de verano. Ni mas ni menos había llegado, o mejor...me habían llevado forzosamente, al corazón mismo de la autoridad. ¡Cuan distinto olía ese aire oficial del de las plazas y calles de mi ciudad, de la dársena del puerto, o del Parque Güell!

He conocido, posteriormente, muchas capitales y debo reconocer que todas ellas, como rasgo en común, tienen un aire chulesco. Madrid, en ese sentido, no es muy distinto a Roma, Paris, o Viena. Tal vez, aquellas circunstancias de 1975 fueran muy especiales, concedido, pero debo afirmar que  esa noche sentí todo el influjo agobiante de una supremacía construida en derredor de que quien manda y firma, Al final surge siempre el mismo dilema: quien no sabe compartir acaba siendo asediado, y actualmente todo apunta que además será usurpado.

Ad neminem bona mens venit, quam mala. (A nadie le llegan las buenas intenciones antes que las malas) . Séneca.