sábado, 26 de enero de 2019

Panorama estadístico








A estas alturas de la vida puedo medir mi estado holístico por el número de colillas en mis ceniceros y los posos de vino en mis copas, y resulta que es un método altamente significativo. Son parámetros de elevada sensibilidad y especificidad, considerando que la primera predice su exactitud en  detectar positivos y la segunda en detectar negativos. La estadística juega con estas cartas su papel que desde siempre  se nos ha antojado cómo el único método válido de evidencia pero que nunca nos ha servido para confirmar o descartar nuestro caso concreto y personal, es decir... que no es la bola de cristal de un adivino. Sin embargo, en mis observaciones tabáquicas y alcohólicas, he hallado un nuevo rango de predicción: cuando el número de colillas y el de posos de vino se mantiene constante día tras día el  nivel de aburrimiento se sitúa en el valor más alto y el de felicidad en el más bajo cuya combinación garantiza una estabilidad fisiológica en lo emocional (analgesia por abulia) y posibilita la lentitud del tiempo en su globalidad (eternidad relativa). Todo ello lo experimento con cierta resignación habida cuenta de que una vez que el ser humano  ha sido apartado definitivamente de su leit motiv vital  su significación no es a otra que todo lo sustancial ha terminado y nada consistente le aguarda. Dicho de otra forma...quedan los minutos de la basura (usando argot futbolístico -cuando el tiempo añadido a un encuentro no puede modificar el resultado ni sirve para nada-), 

Pero volviendo  a la estadística  me hago las siguientes reflexiones, veamos.Si un día comprobase que el valor de los parámetros (colillas y posos) aumenta considerablemente entonces mi expectativa vital  cambiaría radicalmente y sería cuestión de poco tiempo el fin de mi ciclo biológico. Si por el contrario disminuyese de forma notable significaría, de facto, que ya estoy gravemente enfermo y  que mi esperanza de vida iba  a ser mínima. Corolario: la máxima supervivencia solo puede inferirse  manteniendo siempre constante el valor numérico de colillas y posos de vino.

Háganme caso, cuando el tedio llega a nuestra vida no modifiquen sus hábitos tóxicos ya que, por reducción al absurdo, es el único indicador fiable de sobrevida, aunque no sirva para cuantificar el dato exacto de su duración, máxime cuando los hábitos verdaderamente saludables han desaparecido de nuestra vida cotidiana por imperativo legal  y/o  hormonal.

viernes, 11 de enero de 2019

959



Supongo que el descomunal peso del tiempo puede con todo, y con todos, muy a pesar de que los  recuerdos le hagan frente en una desigual batalla. Eso sentí mientras  guardaba silencio ante el 959 en la fría pero soleada mañana de un día de enero. Mis esfuerzos por destapar el tarro de las mejores nostalgias apremiaban, pero me estaba costando demasiado y esa torpeza no hacía sino agravar las circunstancias. En ese tránsito al pasado un inexpugnable presente se interponía provisto de cruda y sosa realidad. El ayer aún existía pero se encontraba prisionero dentro de la íntangible botella de los recuerdos, imposible de descorchar, imposible de escanciar. Todo se había llenado de inexistencia para siempre y para poner letra a la triste música de lo imposible. Canciones de  desesperanza que todos tarareamos varias veces en nuestra vida.

Esa mañana se había borrado todo vestigio de romanticismo, de toda filigrana sentimental, y solo reinaba el adusto mandato del presente, Ningún atisbo de felicidad, ni siquiera de tímida misericordia frente a la horrenda vacuidad de quienes esperan la hora de la resurrección, como reza la inscripción cincelada en el frontispicio del recinto. Los muertos no esperan porque no tienen noción del tiempo, quienes esperamos somos los vivos pero solo mientras podemos esconder nuestra finitud,

En verdad allí nada había cambiado, todo estaba como siempre y para siempre, ni siquiera  el trasiego de entradas, diario y sucesivo, imponían cambios en la morada de la nada. Jamás sería distinto, ni aún cuando las máquinas de demolición, algún día, allanaren el terreno para construir un gran centro comercial en el futuro más remoto que uno sea capaz de imaginar, ni aún cuando nadie pueda ya constatar de que allí hubo un dormitorio colectivo para el sueño eterno, ni aún entonces nada habrá cambiado.  La nada nunca cambia.