miércoles, 6 de marzo de 2019

8 de marzo






Hoy toca superar los arcaicismos, sin duda, que discriminan a la mujer respecto al hombre, y de la ruta que se escoja dependerá el éxito de su logro. Los agravios, las desigualdades, y toda suerte de perjuicios ocasionados son  una evidencia que  clama justicia en pleno siglo XXI y cuyos orígenes, lejanísimos, hay que analizar. En el primitivismo las funciones sociales se establecieron como adaptación natural al medio en una prolongación similar a la de numerosas especies animales. Por suerte, o no, la Naturaleza ha permanecido casi invariable durante millones de años y en ese aspecto  nos sirve de referencia cada vez que contemplamos su comportamiento. Así  pues, por entonces, los roles cotidianos y el perfil global del ciclo vital de los "Sapiens" quedó establecido en el binomio Fuerza+Cuidados, única opción posible en aquel entorno hostil para sobrevivir y reproducirse. A grandes rasgos y de forma primigenia esos fueron  los principios familiares de las parejas en tiempos remotos, Como cualquier adquisición evolutiva viable para el mantenimiento y la continuidad de la especie, el modelo  quedó fuertemente anclado al aparato genético determinando su conducta. La aparición del pensamiento racional, más adelante, apenas modificó  la estrategia original, si bien fue especificando de forma paulatina las características inherentes a cada sexo. Después de miles de años persiste dicha dinámica ancestral pero ha empezado a cuestionarse, lo cual también supone un hecho natural relevante que debe mutar hacia la mejor opción , no de cualquier forma. Y lo hará.


 Partiendo de otro escenario, el mundo actual  -bien distinto al de las cavernas-, en el que el imperio de lo cerebral (no siempre lo inteligente) ahora predomina sobre la fuerza física merced a los conocimientos y sus aplicaciones, las cosas han dado un giro drástico,. En este sentido ya  se ha traspasado la frontera de la supremacía masculina y es la mujer quien, conservando las funciones propias y ancestrales a las que había sido relegada, sigue poseyendo la maternidad (en términos estrictamente biológicos) como valor añadido para superar al hombre, aunque haya que puntualizar que la Ciencia, a no tardar mucho, posibilitará a los varones tener descendencia sin su concurso, pero ello , en conjunto, solo confirma la posibilidad replicativa de la especie, sin otorgar una ventaja renovada a los hombres . No es solo eso, por supuesto, ya que ella también ha incorporado el caudal de su sensibilidad, acuñado desde la Antigüedad tribal, como  cualidad poderosa con capacidad de transformar el pensamiento y las relaciones humanas, un hecho de máxima trascendencia evolutiva que ha activado su ascenso intelectual de forma imparable.  También los logros en el empoderamiento de su libertad sexual, cuyo despertar temían desde siempre las principales religiones, han aportado claras muestras de avance como colectivo, haciendo de un tópico segregacionista (y tildado de vergonzoso por las sociedades clásicas) un arma eficaz en sus reivindicaciones. Inmersas en estos importantes cambios, no obstante, persiste sobre ellas una notoria desigualdad, no como un arcaico vestigio sino como una cruda y extensa realidad que todos deberíamos reprobar. Aunque el mundo occidental no es el mejor ejemplo de tales discriminaciones  es precisamente donde con voz más alta se está denunciando el hecho y las razones no son otras que su marco de libertad y democracia.

A mi juicio este proceso de equidad y justicia no debería emprenderse como una batalla sino como un reto para la Humanidad del que todos saliéramos victoriosos. En primer lugar habría que apelar al compromiso ético en avanzar hacia el objetivo sin instrumentalización de venganza y sin determinismos políticos. La igualdad de derechos fundamenta la pureza de una democracia sana y todo menosprecio, hostilidad, o injusticia contra cualquier ser humano no tiene cabida  en la pacifica convivencia y en el respeto al prójimo como valor supremo. No hay más que aplicar los códigos de buenos sentimientos y plasmar su autenticidad en las normas que rigen nuestra sociedad, pero también en todos y cada uno de nuestros actos cotidianos de relación. Superar  el mundo encadenado a la voluntad, como dice Schopenhauer, es difícil, en tanto que sigue el dictado de todo tipo de egoísmos, pero no es imposible. En segundo lugar hay que entender, sin perder la calma, las muestras de reivindicación como un legítimo derecho de las mujeres, como parte de los mecanismos históricamente necesarios, y enfatizar en que su repulsa sectaria como adversarias solo conduce a la beligerancia indefinida. Por último  la consecución real  de sus aspiraciones,  si es obra conciliatoria de ambos sexos, puede convertirse en un decisivo paso para el devenir del planeta. Intuyo que no estamos ante un fenómeno de masas esporádico sino más bien ante un peldaño evolutivo trascendental.

No equivoquemos el camino. Sin vencedoras ni vencidos


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