sábado, 17 de noviembre de 2018

La nonagésima edad








La tarde brumosa y otoñal, brillando los focos ferroviarios con fulgor en todo lo alto, potentes como un halo níveo bajo el cielo.  Allí aguardaba yo la llegada del tren, mi esporádico y rutinario tren veloz desprovisto de toda poesía. Tiempos modernos. Tiempos nada románticos. Tiempos grises como la mismísima tarde. Era toda una recurrencia que se me antojaba dolorosa por más que tratase de animar mi corazón. Esos  viajes al pasado, cuando ya  no existe gozo alguno ni aún con la misión del deber familiar por medio, se vuelven tediosos en el espacio-tiempo de la  vida , máxime cuando esta es tan larga que termina por convertirse en una amiga  farragosa y cansina. Vivir mucho tiene sus tributos. Sobrevivir es otra cuestión.

El Intercity llevaba retraso pero ese día ya no importaba. Nada ni nadie que no pudiese esperar me aguardaba en la ciudad. Así que ni tuve que echar mano de la paciencia tántrica sugerida por los santones orientales, taoístas o sacerdotes Zen. Iba a la morada de los recuerdos todavía vivos y salvos (aunque no exactamente sanos).

A mi me hieren las añoranzas a las primeras de cambio, nada más salir a fumar a la trasera de la estación cuando llego ávido de nicotina. El barrio que desde allí contemplo, desfigurado hoy,  me llama la atención con vehemencia por el simple hecho de mirarlo. ¿Qué miras, desvergonzado? Márchate inmediatamente, esto es propiedad privada y no nos gustan los fisgones.  Aunque lo observo sin malicia, sin rabia, sin resquemor alguno, me echa a cajas destempladas, De nada vale que hace cincuenta años anduviese por sus calles con mi guitarra a cuestas tarareando canciones de amor y juventud. Parece que perdí la ciudadanía para siempre. Lo que sigue después en el trayecto de metro y autobús es más de lo mismo. No pertenezco a ninguna parte de estos confines, por más que mis súplicas  sinceras clamen sin cesar ante la puerta del tiempo.  

Aquí no tienes nada que hacer, vete de una vez; no queda ninguno de aquellos ni aquellas; ni siquiera los nombres de las calles y plazas son los mismos; esto es otro mundo; tu  época se fue para no volver. Y tan enérgicas son las órdenes que al final me rebelo y planto cara...¡será posible tamaña desfachatez! Pero de nada sirve. ¿Quo vadis? A mi casa, a mi barrio, a mis orígenes, y nadie me lo va a impedir. ¿Cómo que no? Espera y verás.

Lo que veo, cuando llego, es el declive, la fragilidad, la penumbra y la quietud aposentada más lancinante. La calle está silenciosa, casi desierta. Las puertas y ventanas entornadas, La luz exterior, tamizada por unos feos árboles (que antes no estaban), tiñe de sepia las paredes y los cuadros que en ella cuelgan. Ningún sonido, salvo el de la televisión(con obscenidad y alevosía). Se cierne la noche como una ola gigantesca de soledad. No salen los nombres de las personas evocadas en la conversación, mandoble feroz al rostro de la memoria. Te cuentan la misma historia de hace pocas semanas, porque ya no hay días ni semanas en el calendario para ellos, y escuchas triste la repetición como una primicia.  Voy a comprar pan.

¿Me da una barra? Sorry, I speak only english. El hombre del badulaque es oriental, me parece que pakistaní. O.K. I like bread, this one. Y le señalo una barra. How much? Eighty. El resto de locales, de las antiguas tiendas, están cerrados. Ya hace años que echaron la persiana para siempre. Pero ellos y yo seguimos aquí. Es toda una incongruencia. ¿Seguro?

Al volver miro la imponente fachada de mi antiguo colegio, Allí sigue, impertérrito. Menos mal. Le dedico una mirada tierna y empiezo a escuchar las voces de los escolares en el recreo, los balonazos y los goles celebrados. Si, aún están, conmigo siempre estarán. Subo a casa y dejo el pan en la cocina Bread.  En el salón ellos siguen sentados viendo la televisión y son reales, viven. Es una suerte, una gran suerte tenerlos.

Acedía impertinente: tengo grandes razones para estar aquí. Te has equivocado. No me voy ni me iré.

Cuando regreso. al día siguiente, a la estación vuelvo a fumarme otro cigarrillo en la trasera. No escucho ninguna advertencia, algo es algo. Observo los rótulos de las oficinas colindantes. Consulting. Meet Point. Business Center, Management entreprise.   Fast food.

Apago la colilla y exclamo a media voz: Gilipolling.

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