
Cuando Nietzsche escribía acerca
del Superhombre lo hacía de forma intuitiva pero en referencia al entorno,
predominantemente clásico todavía, del Siglo XIX y venía a decir que un nuevo y
trascendente paso evolutivo se daría en el futuro de nuestra especie. Reconocía
, ya entonces, que el estado psiscosocial del individuo se había quedado
obsoleto, que no se podía avanzar con un planteamiento reduccionista del
destino humano. Eso surgía en aquellos años de revolución científica,
industrial e ideológica, en aquellas décadas tan desafiantes contra el mundo precedente.
Por el contrario, el socialismo marxista
y el cristianismo inmovilista, cada cual por caminos bien distintos, situaban
al ser humano en una perspectiva colectiva desprovista de toda relevancia
personal, sin voz ni voto para su
enaltecimiento personal, a excepción de aquellos personajes convertidos por
esas facciones en iconos, líderes o santos.
Sin duda actuaron como potentes antídotos del “envenenamiento del Romanticismo”,
y aunque no consiguieron detener la concepción de un nuevo mundo basado, poco a
poco, en la evidencia científica, sus
doctrinas sectarias abrieron una radical confrontación que aún persiste.
Sucedió en aquel siglo de las luces.
Pero la advertencia del filósofo no terminaba en sus soflamas
megalómanas, sino que aventuraba una exigencia adaptativa del individuo. El
Superhombre quedaba definido como un ser virtuoso a todos los niveles. Aglomeraría
inteligencia sentimiento y capacidad. Así lo esbozaba. Los derroteros que ha tomado el ulterior devenir histórico le están dando,
lentamente, la razón. Nuestra actualidad exhibe un perfil de necesidades que
aboga por la competencia y la eficiencia de las personas, versus el amargo
destino, más bien fatalista, de las ideologías restrictivas del socialismo y el
cristianismo. Vivimos un tránsito
irremisible hacia la cualidad personal, hacia un modelo de sociedad que
contempla la implicación activa de sus miembros como fundamento de progreso y
como herramienta de sosteniblidad global. No se van a aceptar más náufragos en
el futuro que aquellos diezmados por su avatar vital, en el mejor de los casos.
El futuro colectivo será construido de forma activa por cada uno de los
miembros vivos de la sociedad. Siempre quedará el sentimiento solidario, la
caridad, el sentido ético, de cada uno
para ejercer la ayuda y la colaboración a titulo individual, como una de las
máximas expresiones de la libertad, pero el modelo global no admitirá la renuncia a procurar por uno mismo ni la delegación institucional
de la existencia como forma de absentismo de
los deberes y obligaciones personales.
A fin de cuentas somos seres
vivos y estas premisas ya las demostró el insigne Darwin a nivel biológico
evolutivo, precedido por el francés Lamarck. Estamos inmersos en el mismo
proceso que una bacteria prehistórica, exactamente el mismo. De haber fracasado
dicha bacteria en su adaptación y en su lucha constante por la supervivencia nosotros no estaríamos aquí.